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lunes, 22 de mayo de 2017

Torpes, torponcillos y demás fauna que tropieza

Me reía la otra tarde, cuando una amiga me mandó una foto de sus botas, convertidas en un amasijo de arcilla tras haber pasado por lo que ella definía como unas "arenas movedizas"... Y no es que me haya reído de mi amiga, pobre (bueno, sí me he reído, soy así de bruja, qué le voy a hacer), más bien es que su percance me ha hecho recordar unos cuantos "perpetrados" por mí misma...

Sin ir más lejos, al ver las botas embarradas he recordado aquella vez que. volviendo de clase, me metí de patas en lo que yo tomé por un foso de cemento y resultó ser una pobre acera que estaban haciendo junto a las obras del metro. Cierto que se veía a la legua que la acera estaba, digamos, blandita, pero yo no la vi y no porque no llevara las gafas, sino porque iba leyendo, costumbre nada recomendable y que se puede comparar a nuestra manía actual de mandar whatsapps a diestro y siniestro, cuando deberíamos estar atentos, al menos, al tráfico.

Sí, lo sé, no se debe ir leyendo por la calle, lo menos que te puede pasar es que pises una caca y os aseguro, por experiencia, que no te toca la lotería; pero ahí estaba yo, devorando un ladrillo de libro, cuando oí, así como de lejos, dos "chof" ("chof", "chof") y sentí, de repente, frío en los pies. Miré para abajo... y los dos habían desaparecido, criaturillas, en un espeso mar gris. No sé cuánta gente me vio en esa situación tan absurda, con el libro en la mano e intentando interpretar qué porras había pasado para que, en un segundo, hubiera pasado de "estudiante de vuelta a casa" a "panoli de camino a la petrificación".

Vino en mi ayuda un chico que, por si no me había dado cuenta, me aclaró amablemente: "creo que te has manchado". Y eso fue lo que rompió mi parálisis y me obligó a salir corriendo, para llegar a casita antes de que el cemento se me secara encima y tuviera que sacarme las playeras con un taladro, como en los tebeos de Mortadelo.

Lo peor de tan estúpida aventura es que no se trata de un hecho aislado, sino de un ejemplo de las múltiples torpezas que cometo de forma habitual y me quedo tan ancha... Bueno, en realidad no me quedo tan ancha, en un primer momento me da muchísima rabia, aunque cuando intento explicarme a mí misma lo que me ha sucedido, me suele entrar la risa floja, como aquella vez que, "ayudando" a otra amiga, sacudí el mantel después de comer y tiré las servilletas por la ventana... hecho del que no fui consciente hasta una semana después cuando ella me lo explicó mientras yo me escacharraba convenientemente... O cuando se me vino encima una montaña de ropa porque decidí que podría sacar, sin ningún problema, la camiseta de abajo del todo.

Y ¿cuántas veces me habré dado contra una farola por ir pensando en las Batuecas? Ni las cuento ya, porque son legión y tampoco es cuestión ir apuntando cada estupidez que hago al día (más que nada porque no tendría espacio en la agenda).

Pero la cosa no acaba ahí. No me preguntéis cómo, pero en una ocasión estuve a punto de pillarme una oreja (a izquierda) con la puerta del coche de mi cuñado. Por fortuna sólo me la arañé, pero aún hoy, cuando han pasado ya unos años, sigo sin explicármelo, palabrita... Y casi es mejor, hay cosas, como dicen en las pelis de miedo, que deberían permanecer siempre ocultas...

Cierto que debe haber, en mis estupideces, un cierto componente genético, ya que mi hermana se cortó una vez con un trozo de queso (de verdad, que sí, que lo hizo, tampoco sabe cómo, pero lo hizo), mi padre intentó hacer una llamada con el mando de la tele y tengo unos primos que, movidos también por algún gen aún no descifrado por la ciencia, atraen indefectiblemente las chorradas, a modo de humanos imanes... Es un hecho científicamente demostrado que, si un vaso lleno de algo preferentemente pringoso, se cae sobre la mesa, el líquido se dirigirá, sin vacilación, hacia ellos, no importa cuál sea la inclinación de la mesa.

En serio, cada vez estoy más convencida de que el gen de la torpeza (llamémoslo gen T), que debe ocultarse en alguna parte de a saber qué par de cromosomas, se encuentra activo en mi organismo y me impulsa a pisarme los cordones de los zapatos, pillarme los dedos con las puertas, darme con la puerta del armario de los platos en el cogote, tropezar con inexistentes obstáculos, engancharme las mangas de las camisetas con los picaportes cuando llevo algo que se pueda romper (un plato o un vaso, por ejemplo), estornudar con la boca llena, perder todo aquello que tengo entre las manos, cargarme, sin saber muy bien cómo, lo que estoy intentando arreglar y, en resumen, cualquier otra cosa que se os pueda ocurrir...

... Actividades que me valieron, en mi más tierna infancia, el apodo de "manitas de cazo", que yo sufrí con grandes dosis de frustración hasta que comprendí que era el gen T que, por esos caprichos de la genética, suele saltarse una generación, así que compadezco a mis familiares con padres de manos y pies hábiles, porque eso significa que, en algún momento de su vida (si no desde el nacimiento, como en mi caso), el gen se activará y con él su capacidad para ponerse a sí mismos en ridículo, no importa el lugar o el momento (o, en realidad, sí que importa, siempre pasará en el instante en que alguien les esté mirando, para poder dejar luego testimonio en comentarios y chascarrillos, snif).

Al final (o al principio, si eres un poco rápida) aprendes a reírte de ti misma y de tus meteduras de pata y hasta a contarlas con estilo (después de todo, siempre va a haber alguien que lo haga público, mejor que seas tú, hay que aceptar con deportividad las limitaciones de la naturaleza) pero os lo aseguro, ser tan tan tan torpe es un estrés y un sinvivir.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Cómo estrellar tu dron en tres fáciles lecciones

En su última visita, los Reyes Magos trajeron para mí en uno de sus camellos uno de esos extraños artilugios que han dado en llamar "drones", palabreja inglesa para denominar a los zánganos, supongo que por el zumbido con que acompañan sus revoloteos. Vamos, digo yo...

El caso es que mi nuevo juguetillo y yo hemos protagonizado últimamente algunas absurdas aventuras, algo que, en mi caso, tampoco es de extrañar. Cierto que he sido yo la responsable, que el pobre bicho ni piensa ni siente (espero). Y digo que espero, porque de estar dotado de raciocinio habrá concluido que soy mema (y no es que ande muy desencaminado) y de tener la capacidad de sentir le dolerá casi todo, pobre...

Tengo que reconocer que muchas veces tengo una excesiva confianza en mis capacidades, porque cuando escribí la carta a Sus Majestades pidiéndoles el artilugio de marras, tenía en mente algunas escenas del "remake" de "Poltergeist", donde el niño, que se llama Griffin o algo así, maneja su navecilla con la ayuda de un "ipad" como si fuera lo más sencillo del mundo y lo lanza a otra dimensión, a ver si encuentra a su hermanita que anda, la pobre, más despistada que un pulpo en un garaje sin saber muy bien por qué hay tanta porquería en su armario (pues anda, que si viera el mío...).

Yo, la verdad, no contaba con entrar con mi dron en eso que Lukiánenko llama, en su saga de los guardianes, el "crepúsculo", más que nada porque me da mogollón de yuyu, lo que me interesaba era darme unos voltios por ahí y grabar algunas vistas aéreas la mar de monas, como hacen los que salen en los informativos, que suben a las más altas cumbres y proporcionan pruebas gráficas de cómo mamá Águila alimenta a sus polluelos o filman los relieves más abruptos para que luego llegue una impresora en 3D (cacharrillo que tampoco me importaría tener) y nos haga maquetitas bien remonas. Vamos, lo normal...

Pero me pasó como siempre: que la realidad se parece poco o nada a lo que yo, ilusa, creía que podría hacer. Y es que, la primera en la frente, depende de las "prestaciones" de tu dron, puedes volarlo en unos sitios o en otros, en unas alturas vertiginosas o más o menos un poco más arriba de tus rodillas. Así que, antes de nada, te tienes que informar de dónde puedes hacer el panoli con tu aeronave, que viene a ser, maomeno, dentro de tu casa o en un descampado a tropecientos kilómetros de cualquier emplazamiento con visos de estar habitado.

Cierto es que los drones a los que tienen acceso Melchor, Gaspar y Baltasar no suelen estar, por lo general, preparados para volar muy alto ni durante mucho rato, aunque una compañera ya me comentó que unos amigos perdieron el suyo en medio del campo, porque mucho gps y demás, pero ningún avance tecnológico te ayuda cuando el trasto se esmorruña en medio de un trigal.

Después de aprender la altura que no podía superar (ni aunque lo intentara, vamos), el rato que el amigo podía estar en el aire (no más de media hora y eso con un vuelo de poco consumo, vamos, sin vientecillos, cambios bruscos de velocidad y demás zarandajas) y que el pobre no puede, con gran alivio para mí, ser considerado en ningún país democrático un aparato espía, yo pensaba que la cosa sería coser y cantar. Ja...

Porque no sabes la cantidad de energía que necesitas para elevar en el aire una cosa que debe pesar unos diecisiete gramos hasta que abres el mando a distancia y te encuentras con que necesita unas doscientas pilas, además de la batería, claro... Vamos, que tienes que firmar un convenio con Tudor antes de siquiera empezar a pensar en ponerte a jugar. Menudencias, me diréis. Una gaita gallega, digo yo...

Total, que cómprate mil pilas, carga la batería (que tiene su guasa, porque la clavija es de lo más rarito y engancharla al cargador una chufla, que mi primera carga resultó inútil y es que la había enchufado mal, yo soy así de hábil) y luego líate la manta a la cabeza, que la cosa ya no tiene vuelta atrás...

Como si fuera tan fácil. En serio ¿habéis probado a poner en marcha un dron? En la tele aparece la gente, tan tranquila, dándole a los mandos la mar de feliz, pero nunca ves la escena previa, la de sincronizar todas las cosas... Porque yo cogí el juguete, el mando y el manual de instrucciones y me entraron ganas de sentarme a llorar mi torpeza... o buscar las explicaciones en chino, que seguro estaban más claras, que el mando de las narices tiene cincuenta mil palanquitas y botoncitos  y el gráfico explicativo con numeritos y descripciones de las funciones es un horror con acompañamiento de arpa: palanquitas para la altura, la dirección y el gps; botones de arriba y abajo para sincronizar; botones de "on" y "off" para vete tú a saber qué, más el del encendido... en total unos ¡once! números y tú ahí, con cara de mema, mirando el dibujo y el texto y sin saber qué hacer.

Vamos, que no tiras todo al váter entre gruñidos y denuestos porque no te vas a dejar derrotar por una máquina que sabe manejar cualquier friki en las películas y te pones al lío... y entonces empiezan a encenderse luces por todas partes, rojas, verdes y te crees que, mientras estabas despistada con las instrucciones te ha entrado en casa la policía, la benemérita y protección civil y tú no llevas encima el carnet de conducir, pero el manual dice que tienes que mover el mando hasta que suene un pitido y toda esa discoteca se quede fija...

Horas después aquello sigue parpadeando como loco y decides que, casi mejor, como dicen los informáticos, apagas y vuelves a encender, que seguro que algo consigues... De coña, suena el pitido de marras, las luces se quedan fijas y tú te crees que ya está y puedes salir zumbando...

Pues no, el pitidillo, lo que te está diciendo que que dron y mando se han conocido y han decidido colaborar, nada más. Ahora tienes que sincronizar ambos, para poder subir, bajar, girar y bailar sevillanas... todo lo cual requiere apretar diversos botoncillos, mover el trasto, mover el mando y confiar en que, en algún momento, salte la chispa entre los dos y se pongan de acuerdo.

¿Y por qué porras no se acoplan? Pues porque se te olvidó mover la palanquita del gps y la geolocalización está interfiriendo  con el resto. Hala, desactiva el gps, apágalo todo, vuelve a encenderlo, a mover los trastos para que se vuelvan a encontrar, mientras confías en que a nadie en los alrededores se le ocurra cambiar el canal de su tele, no vaya a ser que eso también interfiera y se vaya todo otra vez a la porra. Sintonizado. Ahora a sincronizar la rotación, la altitud y demás. Ahora enciende otra vez el gps, que cuando se te caiga en una charca de poco te va a servir, pero hay que encenderlo...

Y no te lo pierdas, que ahora toca ¡grabar todo eso para que ambas partes se lo aprendan y no te dejen en mal lugar! Pues vale, grabamos. Ahora, en teoría, tu sputnik está listo para la conquista del espacio. Ya sólo tienes que aprender cómo demonios despegar...

... Que según las instrucciones es facilísimo, únicamente tienes que poner las palanquitas "asín" como al bies y hala, como Ícaro huyendo de Creta...

... Exactamente, aquello sale disparado en la dirección que menos te esperas y que no es, por fortuna, tu cara, como te temías, pero sí la pared, donde se estrella y cae, pobrecito, al suelo entre estertores. Ahora entiendes por qué la caja traía cuatro o cinco palas de hélice de repuesto. Pero ni ahí se da por vencido, zumba, con hipos asmáticos y tienes que buscar las instrucciones, que se te han  caído al suelo, del susto, para enterarte de cómo se para, porque a ver quién lo coge con la mano.

Conclusión: la advertencia "volar únicamente en espacios abiertos" que aparece en la caja tiene su fundamento y no son ganas de fastidiar. Te tienes que ir, con todos los artilugios, a un descampado (y volver, al menos, una vez, porque te has dejado las instrucciones, por supuesto).

Todo listo, estás en las Chimbambas, no hay ningún cable a la vista, ni gente, ni casas, sólo tú y tu dron, tu mando, tus instrucciones y tus santas narices, porque has decidido que no paras hasta que lo consigas...

Entonces empieza la segunda tanda de denuestos porque, cuando lo enciendes para salir, por fin, rumbo al infinito y más allá, ¡la nave comercial Nostromo se ha desconfigurado! ¡Sí! ¡Tienes que volver a repetir todos los pasos que te ha llevado siglo y medio dar! Menos mal que tuviste el acierto de llevarte las instrucciones, porque ya ni te acuerdas.

Bien dicen que la experiencia lo es todo, sólo tardas una media hora en llegar a la misma situación que antes, pero ahora, escarmentada, no lo despegas a todo gas, sino despacito, con cuidado, vamos, que si hubieras manejado tú el Apolo XI todavía estaba en Cabo Cañaveral y tú dando pedales...

Y entonces se produce el milagro... ¡el dron vuela! Al menos hacia arriba, que lo de moverlo horizontalmente es harina de otro costal y no sabes cuándo va hacia la derecha y cuándo hacia la izquierda, porque como es cuadrado y con hélices en las esquinas, no sabes cuál es la parte delantera y cuál la trasera y le das para un lado y va para el otro... hacia donde está el árbol, por supuesto y tú ahí, dándole a la palanquita y diciendo "¡aaaaaaaaaaaaah! ¡por ahí noooooooooooo!". Menos mal que sigue sin verte nadie, porque menudo papelón...

Consigues, sin saber muy bien cómo, esquivar el árbol malvado y te quedas ahí, con cara de idiota, intentando sortear ese inoportuno vientecillo que se ha levantado, sí, ese que a veces hace que tu avión se desvíe no sé cuántos kilómetros de tu destino y luego la aproximación al aeropuerto sea una plasta que te pasas, resulta que también se lleva tu juguetuelo donde no quieres y si corriges el rumbo con mucha brusquedad te vas a tomar por saco casi sin darte cuenta...

Sin darte cuenta... eso es, sin darte cuenta... te has quedado sin batería, snif... Y menos mal que te olvidaste de sincronizar el móvil con la cámara, que si no te habrías quedado también sin datos, no hay mal que por bien no venga. Eso sí, te lo has pasado pirata, aunque lo niegues. Ahora toca apagarlo (¿cómo demonios se hacía?), recogerlo todo (¿dónde han ido a parar las instrucciones? ¿Qué es ese papelajo que se lleva el viento? ¡Aaaaaaaaaaaaah!) y emprender el camino de regreso, con un trote cansino, porque estás en el quinto pimiento y con los riñones al jerez de tanto agacharte a recogerlo del suelo.

Vamos, que volar tu dron mola, mola que te pasas y más todavía, pero los prolegómenos... eso sí que es un estrés y un sinvivir.

miércoles, 19 de abril de 2017

Trilogías, tetralogías, doscientoslogías...

Hace mucho tiempo que mi amiga Noemi me pide, insistentemente, que publique un blog sobre libros, que le sirva de pista para elegir nuevas lecturas y donde poder comentar, sugerir títulos y demás... La verdad es que me encantaría tener la constancia para escribir algo así, pero ya sabéis que me despisto con dos de pipas y sería capaz de hacer las entradas con noventa y siete siglos de retraso y entonces para qué, si al final todos leemos, más o menos, los mismos libros...

Sin embargo, no he podido evitar acordarme de ella estos días, aunque sea de refilón porque, otra vez, pese a que siempre digo que no lo volveré a hacer más, me he enganchado a una trilogía literaria. Si es que no tengo fuerza de voluntad, snif...

Tengo que añadir, en mi descargo, que todo se ha debido a una triquiñuela de los editores, que tienen la costumbre de sacar el primero de los libros así, tan mono él, sin decirte que es el primero de una saga de doce mil quinientos... o los que se tercien. Que tú vas un día por ahí, tan tranquila, entras en una librería, echas un vistacillo, un título te llama la atención, ojeas la información que viene en la contraportada o las guardas y que últimamente es, cada vez, más inútil, te decides y te lo llevas.Y es difícil, ya digo, porque antes cogías un libro y en el reverso te hacía un resumen detallado de unas once mil palabras (hay editoriales que mantienen esta magnífica costumbre), que sólo les faltaba terminar con "y el asesino es el chófer", así que te hacías una idea, "maomeno", de lo que podías esperar una vez lo abrieras y no es que evitaras comprar tostones, pero ayudaba.

Pero ahora, cuando intentas saber de qué va la vaina (y es importante porque, aunque seas como yo, una lectora compulsiva e impenitente, puede suceder que no te guste leer bodrios), ¡es imposible! Te pones a mirar por aquí y por allá y donde antes estaba el argumento, ahora aparecen cosas como "¡El mejor libro que leerás este año! y ya te has leído unos cuantos, estás en abril y da penita pensar que, a partir de la semana que viene, sólo vas a poder leer guarrerías, porque ese flamante tomo que tienes en las manos es "lo mejorcito del 2017" o incluso del siglo... Pero coges el libro de al lado, le echas un rápido vistazo ¡y es "el más aterrador que vas a leer este año"! O el más divertido o, directamente, el mejor, de acuerdo con la revista "El lector feliz con gafas" o la "Asociación de libreros de calvo de Arrancacepas (Cuenca)".

Y de ahí no sales, el resto de la contraportada son opiniones de escritores reputados, editores, críticos literarios de periódicos y revistas (algunas de nombres impronunciables), todas ellas tan aclaratorias como "no pude dejarlo hasta que lo acabé, firmado Fredeswinda Gutiérrez, literata" o "la novela negra tiene una nueva maestra", según la afamada revista "Uy, cuánto leo" y cosas parecidas... Pero tú sigues sin saber de qué va el libro y si lo que a lo mejor compras es un tratado sobre fontanería ecológica o una antología poética.

Miras, entonces, en las guardas, a ver si por ahí aparece algo interesante y en una tienes una semblanza del autor, que ahora no va más allá de "Pepito Vázquez (Zaragoza, 1971) ha colaborado con  "cienes y cienes" de revistas y periódicos literarios, trabajo que compagina con su vocación, la flauta travesera. Desde 2015 ha publicado noventa y ocho novelas y tres obras de teatro. En la actualidad reside en Laredo con seis de sus ocho cuñadas". Vamos, nada que te diga qué es lo que, tal vez, leas...

No creas que la otra guarda te va a dar más pistas, o es una relación de obras del autor publicadas por la misma editorial, o de otras obras, también de la misma editorial, que no sabes por qué están ahí y son frases entresacadas de la propia novela que no te aclaran nada, en plan "Eres tú y no tu abuela, Margarita, quien tiene que resolverlo" y tú piensas "jaaarl".

El último recurso es esa maldita banda que llevan ahora todos los libros, que parece que a los editores les queda todavía algo por decir, cuando no han dicho, en realidad, nada. Antes, eran el indicativo de una segunda, tercera o más edición, donde te decía el número de ejemplares vendidos. Ahora es donde lees tu sentencia: "La esperada segunda parte de la trilogía "El dromedario del bosque"". La hemos cagao...

Porque has cogido ese volumen pensando que hace un año leíste otro de ese autor y estaba bien, así que, a lo mejor, éste también lo está y de repente descubres que lo que ya has leído es la primera parte de una trilogía, aunque a ti te pareció una novela independiente pero como, en ese tiempo, te has leído otros tropecientos libros y  a ver quién es la guapa que se acuerda ahora de todos los personajes y demás, que la mitad se te han olvidado...

... Y lo peor de todo, te la compras, te la lees y te tiras un año esperando a que salga otra "esperada", en este caso "tercera parte", para saber en qué porras termina todo y a veces te quedas con las ganas, porque lo que primero tomaste por una historia y ya, luego descubriste que eran tres (o una en tres tomos), termina y todavía hay flecos por aquí y por allá que te inducen a pensar que aquello se va a convertir en una tetralogía, pentalogía o vete tú a saber... Vamos, como si las novelas de Miss Marple constituyeran, en realidad, una veintelogía o los libros de "los Cinco" otro tanto y no pudieras leer "Los Cinco en el Cerro del Contrabandista" sin haberte empapado, previamente, con los anteriores de la colección.

Al final no sabes si cometiste un grandísimo error al dejar pasar un título de Pepe Carvalho, al haberte enganchado a Sue Grafton con "E de elefante" o al haber pensado que este año no tocaba Fred Vargas.

Algo así me sucedió con la trilogía de Dolores Redondo, no supe que lo era hasta que empecé con "Legado en los huesos" (que mola mazo) y mi amigo Javi, que ya lo había leído, me dijo que estaba esperando como loco la tercera parte. Recuerdo que pensé "¿pero cabe algo más?". Y cabía, vaya si cabía... Pero pasó tanto tiempo entre "El guardián invisible" y la "Ofrenda a la tormenta", que hace poco tuve que leerlos todos de nuevo, pero seguidos, porque se me habían olvidado tantos detalles que tenía la sensación de encontrarme ante una historia bastante coja, que luego comprobé que no era verdad...

Mientras, he visto salir las tres novelas en unas fermosísimas cajuelas con el título "Trilogía de Baztán", nombre muy adecuado, por cierto, aunque yo hubiera preferido un sólo libro, de mil páginas, palabrita, lo cual, desde el punto de vista editorial, es poco rentable. Acabáramos.

Rentable, por eso hicieron a Tolkien publicar "El señor de los Anillos" en tres, para ver si la primera parte se vendía y compensaba publicar el resto... Por eso la segunda tiene un nombre tan absurdo como "Las dos torres" y "El retorno del rey", que ya está anunciado en "La comunidad del Anillo", cuando Aragorn dice que irá a Minas Tirith, no sorprende nada de nada...

Pues eso mismo me ha pasado hace unos días cuando, buscando lectura para estas vacaciones, me encontré un libro de Eva García Sáenz de Urturi y yo, despistada, como siempre, hasta que no me puse con él no descubrí que era la segunda parte de una trilogía que se llama "La ciudad blanca", con lo que ahora tengo que ponerme a buscar "El silencio de la ciudad blanca" y volver a leerlo, porque ya no me acuerdo más que del abuelo, las manzanas y el monumento al coño...que no está mal, no me importa releer pero caray, si lo llego a saber me espero otro año y me compro los tres, en cofrecillo conmemorativo y así puedo devorarlos de una tacada.

Pero aún falta el remate: cuando acabas una trilogía y estás, como dice mi amiga Ana, "toa japi", alguien te comenta, como entre susurros.... "pues dicen que hay un cuarto" y te subes por las paredes, pensando lo bien que habría estado que Louis y Lestat hubieran terminado sus correrías en "La reina de los condenados" y ya, ni te cuento si fuiste capaz de empapuzarte bien (reconozco que yo no pude) con tres tomos de "Cincuenta sombras" y te sale, encima con erratas, la historia contadas desde el punto de vista del propio Christian Grey. Que para cuatro basta con Lawrence Durrell, hombre...

En fin, que rabio y pataleo y espero, mientras tanto, con interés, que salga la tercera parte, a ver qué porras pasa con Kraken...

Os lo aseguro, malo es que te dividan las historias en tres, cuatro o cuatrocientas partes y te eternices para saber lo que pasa al final pero lo peor, lo peor es que te los lees y cuando sale el último, te los lees otra vez, mientras el montón de libros que tienes por leer crece y crece, porque tú andas releyendo trilogías y eso ya, que se te acumule el trabajo en la que es tu mayor afición, sí que es un estrés y un sinvivir.