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jueves, 8 de enero de 2015

Sorpresas terroríficas en el roscón

Me parece que antiguamente la historia de la sorpresa del roscón de Reyes era que si encontrabas dentro un haba te tocaba pagarlo... Me pregunto cómo, ¿acaso no hay que pagarlo cuando lo recoges? ¿Os imagináis un "simpa" con un roscón de kilo y medio bajo el brazo y procurando no espachurrarlo? Yo, cuando lo intento, me parto, desde luego.
Trato de verme a mí misma diciéndole al pastelero "bueno, que me llevo el roscón, mañana se pasa el del haba a pagártelo" y estoy segura de que me iba a decir "claro, cómo no, mujer, llévate un poco más de nata".
Para colmo, parece que la gente no se pone de acuerdo y unos dicen que si te sale un haba, otros, que si te sale la sorpresa y otros, quizá los que tienen la clave del misterio, no dicen ni Pamplona. A lo mejor por eso ahora te encuentras muchos roscones que llevan las dos cosas, así puedes reírte por partida doble: del que saca el haba, haciéndole creer que tiene que pagar el dulce, que ya está pagado y repagado y del que saca la sorpresa, con la cara que se le pone cuando lame la nata, saca el plastiquito y se encuentra con uno de esos espantos que te colocan de "regalo".
Si no fuera porque me dan un asco enorme, yo casi preferiría sacar el haba, al fin y al cabo, ya sabes que no te va a tocar aflojar la tela, que es sólo para darle un poco más de intriga al asunto. Pero, en caso de que fuera verdad, ya que el agraciado con ella se fastidia, bien podían los pasteleros (o los maestros artesanos, como se los llama ahora) poner otra cosa más rica, no sé, una judía verde, una patata frita, incluso un arbolito de brócoli, con el fin de suavizar un poco el sablazo. Pero ¿un haba que, encima, está como un pedrusco? ¿Qué se supone que tienes que hacer con ella? ¿Ir a la pastelería, entregarla y que el dueño la guarde en una cajita y te diga "hala, son ocho pavos (o lo que corresponda)"?
... O a lo mejor se espera que la plantes en una maceta y con la futura cosecha y un poquito de jamón te hagas un suculento platillo, vamos, que encima de soltar la pasta te tienes que meter a horticultora, pues vaya plan... Lo dicho, si pudieras, al menos, hacerte un salteado con brócoli, matabas dos pájaros de un tiro: le dabas salida al "regalito" y empezabas el plan de adelgazamiento que todas nos planteamos cuando las Navidades llegan a su fin. Adelgazas a cambio de pagar el desayuno del día de Reyes, no es mal plan, en el fondo, los pasteleros sólo piensan en nuestra salud y saben que si conseguimos perder alguna de las toneladas ganadas durante las fiestas, posiblemente el año próximo compraremos un roscón más gordo.
Pero no es sólo el asunto del haba el que requiere un comentario, de verdad, lo de la sorpresa es peor.
Recuerdo, cuando era pequeña, que mis amigos Belén e Ignacio encontraban sorpresas geniales. Sobre todo unos grialitos monísimos, que eran una chulada. Digo yo que tendría que ver con la pastelería, porque en mi casa, cuando alguno de los agraciados, que nunca era yo, siempre sacaba, bañado en pringue, ya fuera nata, azúcar glaseada o un cacho de fruta escarchada, algún extraño monigote... Menos un año que mi madre encontró una lindísima bailarina que ella asoció, inmediatamente, a mi sobrina Leti que era, por entonces, la pequeña de la familia. El resto, desde luego, ni comparación con los cálices de Belén.
Y lo peor es que la cosa ha ido degenerando en los últimos años y los bichos que aparecen asomando entre la crema son cada vez más horrorosos. Ahora, con la difusión de las cámaras en los móviles y el whatsapp, puedo comparar mis sorpresas con las de mis amigos y la conclusión es la misma: los diseñadores han entrado en una espiral de decadencia que conduce directamente a la locura.
Este año, por ejemplo, he sido (raro raro) agraciada con el regalillo y ¿qué me encontré? Una cosa de lo más siniestra, que mi madre, especialista en estas cosas, identificó con un político, porque tenía carita de pena y las patitas juntas, como si estuviera pidiendo algo; Ignacio, por su parte, me sugirió que podía ser una absurda nubecilla, porque parecía tener lanitas en el lomo, lo que me indujo a pensar que podía ser alguna oveja clónica. Por su parte, mi amigo Carlitos me mandó una imagen de la suya y parecía una vaca, deforme, eso sí, como si estuviera dispuesta a cornear a quien, inconsciente, le pegara un bocado...
Item más, otro amigo, Joaquín, me mandó la suya y resultó ser algo así como un oso vestido con gorro, bufanda y un abrigo, como ese Paddington tan sosito él... Pero ¿es que nos toman por veterinarios o qué?
Ignacio me sugiere que, tal vez, el propósito de los fabricantes es que las guardemos y así, año tras año, podamos configurar nuestro particular zoológico de los horrores... si es que tenemos ese tipo de aficiones, lo que no es, desde luego, mi caso, que la única mascota que he criado fue el tamagotchi que me regaló mi sobrino y lo crié con sobrepeso de tanto darle caramelos...
Vamos, que yo me temo que, cualquier año, al ir a abrir mi pedacito de roscón, la pata de una tarántula peluda se asome, como tanteando y me provoque un infarto. Posiblemente será la forma que tienen de convencernos para que no comamos tanto dulce y nos decantemos por las habas (puag).
En todo caso ¿cómo podemos conservar tan asquerosos bichos hasta conseguir completar nuestro zoo? A mí se me ha ocurrido una idea muy buena: he guardado mi político-nube-oveja junto con las figuritas del belén. Es la única forma que tengo de no perderlo hasta el año que viene y si me sale otro espanto, los pongo juntos; si me sale una bailarina, la pongo de pastora y si me sale un grial, pues me tomo un chato.
... Si me sale una araña, pego un grito, echo a correr y que se las apañe el del haba con el pastelero.
Resumiendo, no sé qué es peor: tener que pagar el roscón, tener que comerme el haba, encontrar un animal imposible, un artrópodo asesino o lo que engorda, pero todo junto es, como podéis imaginar, un estrés y un sinvivir.