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jueves, 18 de diciembre de 2014

¿Peatistas? ¿Ciclotones? ¿Petardos? ¿Y el móvil?

Una de las cosas que se me ha quedado más grabada de mi breve estancia en Amsterdam es el sonido breve y brusco que produce una bicicleta cuando se lleva por delante a un turista despistado que se pasa por el forro la norma no escrita, según la cual son los ciclistas los que tienen la preferencia en los cruces. Algo así como "¡¡¡cloooooooooooooonk!!" Y cuando miras te encuentras a alguien, mejor dicho, a dos álguienes, esmorruñados en el suelo: uno, el atropellado, debajo de la bici; otro, el atropellante, a un lado, ambos valorando el alcance de sus contusiones.
Y es que, por mucho que me intenten vender la burra, no veo yo nada claro lo del desplazamiento urbano en bici y que me perdonen los progres, no porque no me guste, que me encantaría, poder ir de aquí para allá pedaleando, ahorrarme la pasta que me cobran por el abono transportes, mantenerme en forma, que ya lo decía un antiguo anuncio de la tele, "el que mueve las patitas para arriba y para abajo sube sus pulsaciones a niveles a veces hasta preocupantes" (bueno, creo que no era exactamente así, pero cogéis la idea ¿verdad?).
Porque Amsterdam es una ciudad llana, pero, en serio ¿vosotros seríais capaz de subir desde el parque de Atenas al Palacio Real sin que se os saliera el hígado por la boca? ¿Que sí? ¡Tururú!
Suelo prestar atención a los carriles bici o esos que llaman "ciclables" y últimamente a unos símbolos arcanos que aparecen pintados en la calzada y que representan una bicicleta y un número treinta metido en un circulito... que supongo serán los ciclistas que han fallecido, bien atropellados por un autobús, bien al salir disparados por intentar atravesar muy deprisa un paso de peatón de esos con escaloncillo.
El caso es que, al menos en Madrid, tengo la sensación de que tales vías "pecuarias" (al fin y al cabo las transitan "semovientes") han sido diseñadas por un sádico: o bien te meten por un paso elevado  y para atravesar una avenida tienes que dar una vuelta de quince o veinte kilómetros, o son tan estrechitos que, si pretendes recorrerlos con ambas manos sujetando el manillar te asoman los codos y se los lleva pegados al retrovisor alguna furgoneta, o cuatrocientos millones de vehículos te adelantan a velocidades que superan con creces el treinta ese pintado en el suelo... y todo ello subiendo y bajando unas cuestas rompepiernas que te pasas, que dejan el Angliru a la altura del betún.
Y claro, cuando voy por ahí y veo la hilera de cargadores de bicis eléctricas y todas esas zarandajas con que nos proveen para que reduzcamos la contaminación, ganemos en autonomía, ahorremos dinero y nos pongamos en forma, me parto de risa, imaginándome a mí misma, intentando llegar, por ejemplo, a la glorieta de Quevedo sin echar el bofe.
No obstante, los fanáticos de la bicicleta salpican el paisaje urbano, inasequibles al desaliento, haciendo frente al monstruo del tráfico armados únicamente con un casco que sienta como el culo, de feo que es y, en algunos casos, con una mascarilla que no sé si les quitará algo del humerío cotidiano pero que sí les tiene que ahogar fijo... ¡Oh, mis héroes! ¡Sabed que tenéis un lugar en mis oraciones!
Luego ya no me hace tanta gracia cuando tengo que recorrer las aceras de algunas zonas del centro sorteando bicis y más bicis amarradas con cadenas de diez centímetros de grosor a las farolas y a todas esas vallitas decorativas, tan monas ellas... y cuando me fijo, veo que a unas les falta el sillín (y me imagino que lo habrá retirado el sabio propietario, para que no se lo mangue algún listo y luego se rompa el culo al volver a casa), a otras, la rueda delantera (y aquí no tengo muy claro si se la llevó a la oficina su dueño o a su casa un transeúnte desocupado), vamos, que parece como si algún artista urbano estuviera montando una escultura llamada "Decadencia" o cualquier otro título igualmente "original".
Digo yo que será por eso, para evitarnos que tengamos que ir dando saltos por la acera para no pisar bicicletas, o para que no se las roben por partes, que tampoco tiene que hacer ninguna gracia, por lo que algunos dueños te las plantan hasta la cocina y llegas a tu casa y hay alguna en el portal, otra en el cuarto de contadores, tres en el pasillo y si intentas subir en el ascensor y te toca compartirlo con el vecino del segundo, que es muy deportista, no cabes y una rueda te restriega las gafas y te las llena de barrillo. O vas en el metro y tienes la sensación de estar en Pekín o en Tokio, que me pregunto para qué tienes tu propio vehículo y tantas vías públicas para utilizarlo, si vas en metro... En fin, esas cosas que se me ocurren a mí, que no me puedo estar tranquilita a lo mío en ningún momento. Snif.
Bueno, pues a pesar de todas estas inconveniencias, lo dicho, yo miro con simpatía a los ciclistas, que bastante valor tienen... o los miraba... o sólo a algunos, no lo tengo yo ya muy claro.
Porque desde hace unos años vengo observando un crecimiento desorbitado de cierta especie, a la que no sé si llamar "peatistas" o "cicletones", porque circulan indistintamente por calzada y aceras, dando por saco tanto a conductores como a viandantes.
Los hay a montones por el barrio, despendolados, unas veces aterrorizando a las viejas que van por ahí, tan tranquilitas, otras provocando infartos a los conductores que ven, con horror, cómo se les cruzan por delante o por los lados, se saltan los semáforos... o los cruzan, o cualquier otra tontuna que se os pueda ocurrir.
Luego dicen que si tienen que ir por la acera es porque los coches les amenazan y ponen su vida en peligro... y para eso nuestra excelsa municipalidad venga a hacer carriles y carriles y más carriles, que para mí sería más práctico que los hicieran para bípedos, que iban a estar más transitados y dejaran que estos "ciclotones" de las narices se expandan por el resto de la ciudad pero que, al menos, no nos atropellen.
Y ya la palma se la llevan los que, encima de ir por ahí haciendo el besugo, aprovechan las manos que tienen libres (yo tampoco lo entendía hasta que lo vi, palabrita) para ir mandando whatsapps a diestro y siniestro, mientras el que va detrás con el coche jura en arameo, porque no puede girar a la derecha (o a la izquierda) o la viejecilla embastonada que sólo quiere llegar viva a su casa, intenta acelerar el paso, escena que, si no fuera porque no tiene maldita la gracia, resultaría bastante divertida y perdonadme la paradoja, pero es que yo soy así...
Supongo que, igual que durante el último cuarto del siglo XX se llevaban las comidas de trabajo y en ellas se cerraban los acuerdos más importantes, en la segunda década del XXI deben primar las bicicletas de trabajo, porque por la forma en que manotean algunos al tiempo que guasapean o hablan al modo tradicional tengo la sensación de estar siendo testigo de la firma de alguna declaración de guerra o una OPA hostil o algún oscuro negocio de los que es mejor no enterarse.
Al final, dado que por la acera corro grave peligro y sólo de pensar todo lo que tengo que subir para llegar a cualquier lado si lo hago pedaleando, opto por lo de siempre, coger el autobús o el metro... Y dejo la bici para mis recorridos por los caminos de mi pueblo, como ya habréis comprobado algunos que recibís los reportajes gráficos de mis andanzas deportivas y un tanto cansinas. Allí no tengo que preocuparme por que se me lleve calzada un coche ni porque me lleve yo a alguna señora colgando del guardabarros trasero. Y cuando voy jadeando como un perrillo, me alegro infinito de no tener que ponerme una mordaza-mascarilla, porque no hay coches que me atufen... Todo lo más, me caeré (y de hecho lo hago) en algún charco o me esmorraré al intentar esquivar una perdiz despistada. Y si quiero mandar un guas, que lo hago, pues me paro y no doy el tostón a nadie. Y si alguien me llama por teléfono, pues se fastidia, porque yo necesito las ocho manos pegadas al manillar.
Bueno, me diréis y todo este rollo ¿para qué? Pues para concluir que por mucho carril bici, mucho alquiler de bicicletas eléctricas, mucho límite de velocidad y tal, tener que bregar todos los días con peatistas y ciclotones es - y nadie me apeará del burro en esto - un estrés y un sinvivir.