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miércoles, 17 de julio de 2013

¡¡Guásaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!

Estaréis diciendo que dónde demonios me he metido, tantos siglos bisiestos sin colgar ninguna de mis habituales perlas en éste, mi blog y el vuestro, pero ya podéis estar tranquilos, que vuelvo con fuerzas renovadas tras superar uno de mis habituales períodos de memez alelada...
Y que conste que pensaba, hasta hace un ratito, que ya no iba a ser capaz de volver a escribir más estupideces, convencida de que las pocas neuronas que me quedaban, habían fallecido tras una repentina granizada de mensajes instantáneos...
Porque un montón de almas bienintencionadas de mi entorno llevaban siglo y medio dándome la tabarra para que me pusiera el guasáp de las narices, alegando razones de peso, claro que sí, que no lo niego: mis primos Isra y Cris, por ejemplo, porque dicen que, ya que no veo a sus niños en persona, así puedo babear convenientemente ante su lindísimas caritas, en vez de andar siempre poniéndoles la cabeza como un bombo con lo de "mandadme fotos de los peques, porras, que no los voy a conocer cuando los vea"; que coges el teléfono, capturas la instantánea más "tienna" que se te ocurra, la enchufas en el guasáp y hala, en cero coma puedes ponerte ahí a pellizcar la pantalla, que queda tan "in", para ver si los pitufillos han sacado alguno de esos rasgos familiares de los que nos sentimos tan orgullosos.
Otro ejemplo, mi amiga Susana, que afirma (con razón), que para qué andar pagando por tropecientos mensajes de texto, cuando la puñeta ésta sale gratis (o casi)... O mis amigos de la peña, que utilizan este canal para avisar de festejos y merendolas varias de las que yo, habitualmente, no me entero hasta el último momento, y no porque esté en la higuera (que también es cierto), sino por no disponer de herramienta tan hípermegaguays.
Y luego están las almas caritativas, como mi cuña, siempre deseosas de mandarte vídeos para tu solaz y entretenimiento...
A todo esto yo, negándome en redondo a tamaña herejía, alegando razones de tanto o más peso para negarme: que si acabas histérica de todo el día sonando pitiditos (me vuelven tarumba los de los amigos, para que no me desquicien los que emite mi propio teléfono); que si hay mecanismos mucho más cómodos para intercambiar mensajes (tomarte un café con alguien, por ejemplo), que si el guasáp será gratis, pero los móviles y las tarifas que te permiten tenerlo son de todo menos baratas; que si las fotos me las pueden mandar perfectamente por correo electrónico, como llevan haciendo años con gran éxito o, a unas malas, el siempre efectivo "que noooooo, coño".
Pero entonces llega el día decisivo, cuando se te muere el móvil, no se sabe muy bien si por esa porquería que dieron en llamar la obsolescencia programada o porque, sencillamente, le has metido un tole que raro es que siga funcionando, tras haber sobrevivido a cuatrocientos mil millones de minutos de charlas estúpidas, borrados y reborrados de los contactos, cambios múltiples del fondo de pantalla, cargas y recargas en momentos intempestivos, mojaduras varias (hasta en el cubo de fregar se me ha caído a mí el mío)... En fin, las habituales torturas a que sometemos a nuestros odiosos teléfonos. Porque encima, ya lo sabéis, yo detesto hablar por teléfono...
Bueno, pues eso es lo que sucedió. Que mi pobre trastejo falleció el otro día y tuve que salir a comprarme uno. Y resulta que ya no hay manera de conseguir por los puntos un trasto que sólo sirva para llamar, recibir y mandar mensajes de texto. Guardad los que conserváis como oro en paño, que son vestigios de un mundo que, lamentablemente, ha llegado a su fin (snif).
Total, que me planto en la tienda, miro, remiro, requetemiro y lanzando un suspiro que a mí, por lo menos, me habría partido el alma y me habría impulsado, de ser la vendedora, a buscar en el fondo del almacén, por si todavía quedaba por allí algún modelo prehistórico y poder seguir con mi ignorante vida, asumí la cruda realidad: había llegado el momento del esmarfone.
Siete siglos bisiestos para elegir algo que no me saliera por un pastizal, que no fuera tan enorme que, si alguien me ve por la calle hablando, por ejemplo, con mis mencionados primos, piense que le estoy hablando a un portafolios, me decido, por fin, por un artilugio que a mí, a simple vista, me pareció bastante mono e inofensivo y que ha resultado ser un artefacto surgido de las profundidades del Averno. Otros siete siglos para cambiar la tarifa porque, para qué narices quieres un cacharro con internet si no tienes internet... en fin, esas menudencias que me ponen la cabeza como una olla de grillos a mí y a cualquiera, no os pongáis ahora místicos...
Llego a casa con mi paquetito, me pongo a configurarlo... y ahí fue Troya. Primero, que me encuentro con que la batería tiene sólo como siete segundos de carga y luego me toca, para "sacarle el máximo rendimiento" hacer una carga de cuatro mil horas, lo que convierte mi flamante móvil en un fijo, que el cable del cargador es muy cortito durante unos cuantos días porque, ya de paso, todo el golpe de aplicaciones fermosísimas, pantalla retroiluminada y vete tú a saber qué más, consume la carga en dos segundos. Pues qué bien, hombre.
Después, intenta averiguar qué cuernos ha pasado con tus contactos, que estaban tan monos en el otro teléfono, los pasaste todos a la sim para no tener que teclearlos a manubrio, que es un tostón y ahora, al mirarlos, parece que están escritos en chino, porque todas las monaditas del teléfono anterior no son "interoperables" con el nuevo, así que donde tenías una foto, ahora aparece una especie de mensaje críptico, los que tienen más de ocho caracteres han quedado cortados y como, encima, en el otro teléfono tenías que meterlos por apellidos, ahora te aparecen siete "Fernández J", por ejemplo, y no sabes quién es Javi, quién Jose, quien Juanjo y tienes que andar llamando como las viejas, que te sienta tan mal cuando descuelgas y te dicen "¿quién eres?" y tú contestas "y ¿quién eres tú?".
Y ojalá fuera eso todo, pero todavía más desgracias se ciernen sobre ti. A ver ¿a quién se le ocurrió que, para descolgar una llamada, tienes que deslizar el dedito sobre el icono a lo largo de la pantalla, como si estuvieras rebañando la fuente del chocolate fondant? Cuatro llamadas he perdido hoy, hasta que una compañera, partiéndose el bolo, me ha hecho partícipe de esta nueva tontuna de los teléfonos.
Y ¿cómo llamas? Porque yo, todavía, uso el teléfono, preferentemente, para llamar y ahora, con todos estos avances "tesnológicos" resulta que ¡¡no sé!! Porque claro, otra de las gracias es que, como el móvil tiene internet, ya no te dan manual de instrucciones, sólo una birria de folleto que, inmediatamente perdí y el resto se supone que te lo descargas de la red y tan ricamente. Pero, hacedme caso, sigue sin valer para nada. Las preguntas que tú te haces nunca están en ese apartado que ahora llaman FAQ. Te tienes que ir a una de esas páginas donde los torpes como yo preguntamos las obviedades que todo el mundo sabe menos nosotros, para que algún friki bienintencionado te las responda con los gráficos pertinentes de pantallas que, aunque aseguran que son las de tu mismo modelo, nunca se corresponden con la tuya (más snif).
Y llegas ya a la prueba de fuego: hala, descárgate el guasáp, si es que tienes huevos. Y tú ahí, con tus ya mermados sentidos puestos en la pantallita, que está ya roñosa de tanto pasarle el dedo, intentando bajarte la aplicación y ella, terca, insistiendo en no hacerlo... hasta que, por fin, se compadece de ti y te hace caso... hasta tres veces, que se te pone el mismo icono por doquier y tienes que llamar a tu hermana para que te cuente cómo los quitas.
Crees que ya está todo resuelto... Pero no, qué vaaaa, ahora viene lo peor. Lo primero, que todos los contactos que tienes en tu tarjeta se han apuntado al carro de las nuevas tecnologías antes que tú y ahora resulta que un montón de números de teléfono que nunca pensaste almacenar (el taxista al que tuviste que llamar intempestivamente, el pintor que le dejó niquelado el salón a tu abuela, la frutera, diecisiete conocidos del trabajo con los que tuviste que quedar...) todos tienen el dichoso guasáp y ahora resulta que te aparecen en la lista, como lo más normal del mundo. Y no los puedes borrar, porque no tienes las instrucciones y en las que encuentras, no lo pone, así que tienes que volver a hacer la pregunta pertinente en la página de "popavo, soy lela y no sé apañarme con este trasto", para enterarte de cómo demonios te quitas de encima esos contactos no deseados, antes de mandar un mensaje del tipo "olaquease" y ponerte en evidencia en diversos foros internacionales.
Pero, sin lugar a dudas, lo más horrible de todo es cuando ya lo consigues... Una oleada de silbiditos, que resultan ser "guasáps" de todos tus colegas, que parece que estaban esperando, al acecho, para saludarte, te hacen pegar brincos por todo el salón y salir corriendo cada dos segundos a ver quién te llama, porque sigues teniendo el trasto enchufado para que se cargue. ¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!! ¡¡No puedo soportarloooooooooooooooooooooooo!! ¿Es que esta gente no lee?
Y la que no lee eres tú, porque es todo tan canijo que no se ve un pepino y, para colmo, cuando intentas contestar no te salen más que incoherencias, porque el teclado es apto para la mano de un playmobil, pero no para tus dedos gordos como morcillas. Ni dándole la vuelta a la pantalla, para que se ponga apaisada, consigues teclear una "e" decente, siempre te sale una "w". ¡Y no hay eñes! ¿Esto es progreso? Y venga a pitar (piripi piripi piripi) para que, cuando consigues abrir uno de los mensajes, te encuentres con que es el vídeo de una gallina bailando, que yo creía que me iba a picotear en los cien mil iconos que, por arte de magia, han aparecido en la maldita pantalla y al final la gallina va a terminar jugando a "plantas contra zombies", un extraño jueguecillo que, aparentemente, te puedes descargar también por módico precio. Una mieeeeeeeeeeeeeeeeeeeerda.
Ahora es más de media noche y estoy mirando el teléfono de reojo mientras escribo esto. Lleva ya casi una hora en silencio... Porque le he quitado el sonido, no vayáis a creer. Seguro que, cuando mañana lo desenchufe, una vez terminada la carga de once mil horas, encontraré cuatrocientos mensajes esperando respuesta y, como se me ocurra contestarlos, otra oleada llegará a continuación, que hay por ahí gente muy ociosa, esperando cualquier ocasión para pegarte un susto con la tortura del guasáp.
Hacedme caso, no caigáis en la trampa, seguid comunicándoos con vuestros amigos a través de cartas, preferentemente escritas a pluma y entregadas en mano por mensajeros a caballo. Viviréis mucho más tranquilos, porque esto del guasáp es un estrés y un sinvivir.