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martes, 7 de mayo de 2013

La ¿primaquéeeeeeeeeeeeeee?

Ya nos hemos metido en mayo y parece que esa cosa, mitad cursilería de poetas y mitad leyenda urbana que dan en llamar primavera, ha llegado, por fin, a nuestras grises vidas.
Yo ya llevaba un tiempo sospechándolo, más que nada porque a los de la meteo de la tele les faltó tiempo para contárnoslo el día que al eje de la tierra le dio por hacer algo así como "uuuuupa" y al sol algo así como "haaaaaaala", porque una mañana de marzo, cuando me iba a trabajar a esa hora indecente en que me da a mí por salir a la calle, me encontré con que el amasijo retorcido que hay cerca de la puerta le había dado por llenarse de hojitas y el aire, en vez de oler a demonios, como viene siendo habitual, tenía un tufillo verde...
Pero, como todos los años, esa era la de mosqueo. Mis alegres pensamientos de "oh, qué alegría, qué emoción, que viene ya la primavera" se vieron interrumpidos por la consabida masa de aire siberiano, que yo creo es siempre la misma, agazapada ahí, en la esquina, esperando a que te despistes para congelarte el culo, como el año pasado y el anterior y el otro... hasta que, como decían los documentos medievales, "memoria de hombres non haya".
Y todo el mundo con las sillas llenas de ropa, porque no sabes si quitarte el polar y sacar la chaquetilla o volver a ponerte la boina y las polainas. Porque, vamos a ver, eso que llamamos "la ropa de entretiempo" ¿qué cojones es? Pues nada más que todas las cosas que nunca sabes cuándo ponerte. Si te las embutes un día de mucho frío, pasarás calor; si las llevas cuando la temperatura no está mal, te pelas de frío; si haces con todo ello un rebuño y lo metes debajo de la cama, se te llenan de pelusas... Y ya, si un día reúne las condiciones climatológicas exactas para darle el uso que se merece, no te la querrás poner, porque seguro que es horrible de fea (snif).
Luego llega el día que parece que el sol decide ganarle la partida a los vientos polares y te pones tan contenta... hasta que una voz sabia, da igual que sea el vecino, tu madre, un compañero de trabajo, tu maromo o los coleguitas, siempre hay alguien que te dice "no, si todavía tiene que pegar el rabotazo". Y lo pega, claro está.
Vamos, que te toca volver al plumas, el jersey gordo y las botas y el gorro, si me apuras, porque si intentas ir con la vestimenta que el calendario te dice que correspondería, se te hielan las orejas y se te caen las gafas al suelo, que es mi mayor preocupación.
... Eso a las siete de la mañana, que estás a tres grados. Pero cuando sales a comer ¡resulta que el termómetro marca 23! Y tú ahí, con tu golpe de jersey, botarracas y anorak, sudando como un gorrino, que luego, por la noche, lloriqueas la famosa frase de "y yo ¿cuándo me acatarré?". Pregunta ociosa porque lo sabes perfectamente, cuando acabaste en camiseta porque te torrabas y luego, al volver a casa, volvías a tener nueve grados.
Pero la cosa no acaba ahí, que también está el agua... o la falta de ella, que tampoco nos ponemos de acuerdo. Un par de años te los pasas diciendo que últimamente no llueve nada y otros que no para de caer, depende del ciclo que toque. Este año, por ejemplo, era de agua y hala, a comentar en el ascensor que cuántos años hacía que no llovía tanto y que menuda les espera a los alérgicos. Al que viene tocará que qué barbaridad, no ha caído ni una gota y está todo tan seco que menuda les espera a los alérgicos. Los alérgicos siempre se joden. Su única ventaja, que pueden llevar la voz cantante en estas conversaciones tan aburridas y tan previsibles. Menos mal que no trabajas en el piso 83, menuda cháchara te iba a tocar aguantar.
En fin, como siempre, una mañana te miras en el espejo para lavarte los piños y te das cuenta de que llevas manga corta. ¡Anda, si va a tener razón Machado! Y ese día vas en el autobús pensando, como siempre, que mira tú si don Antonio escribió cosas geniales (con lo de los días azules me valía), pero todo el mundo se acuerda del pareado cursi de la primavera. Ahí, el hombre, estrujándose los sesos con Alvar González y los cabrones de sus hijos para esto.
Entonces miras por la ventanilla y crees que tus ojos te engañan... Pero ¡si está nevando! ¡Ah, no, si son pelotillas de polen! ¡Qué susto!
... O tu primo Javier pone en el face sus fotos esquiando... ¡Hala, cuanto polen hay en la Pinilla! Uy, qué va, si eso sí es nieve...
¿En qué quedamos? ¿Ventoso? ¿Lluvioso? ¿Florido? ¿Hermoso? ¿Asqueroso? ¡Atchuáaaaaaaaaaa! ¿Ropa de invierno? ¿De verano? ¿De entretiempo? ¿La que elijas será la equivocada? ¡Exaaaaaaaaaaaacto! ¿Llevo el paraguas? ¿Para qué? Te dará exactamente igual, porque con el vendaval que se levante se te volverá del revés.
Desde luego, llamar a esto "la estación del amor" me parece un sarcasmo inconcebible. ¿Cómo vas a estar ahí con tu churri, sacándote el polen de las narices, soltando estruendosos estornudos y llenándole a tu amor la cara de perdigones? ¿Cómo va a consolidarse una relación bajo un paraguas que se te da la vuelta y echa a volar calle abajo, mientras tú lo persigues como una idiota y el otro se descojona? Así no hay pareja que dure...
Para que luego digan que en Madrid no hay primavera... Que esa es otra. Porque en dos patadas el termómetro se va a poner en 30, la solanera se convertirá en un espanto y tú vas a seguir con el respaldo de la silla lleno de chaquetas que no te has puesto y el día que empleas en sacar la ropa de verano es tiempo perdido... porque ¡no te vale nada! A lo mejor tampoco te valen las chaquetas de entretiempo, pero como no te las has puesto ni te has enterado.
Vamos, que con estas tonterías se han pasado tres meses en un suspiro... Y ya ha pasado casi medio año... Y la crisis sigue... Y esto es un estrés y un sinvivir.