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viernes, 14 de septiembre de 2012

"Naboleones", Julietas y charangas

Pues el otro día estaba yo pensando en la frase tan indigesta que dice que "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra" y tuve como un "dejà vu", cuando nos vi salir de la peña, en amable compañía, dispuestos a hacer nuevamente el merluzo en el desfile de carrozas. Sólo que este año, en vez de legionarios y damas romanas, lo que salía por la puerta, en confuso montón, era una hilera de Napoleones y un montón de bellas Julietas.
¿Y por qué Napoleones y Julietas? Alguno pensará que estábamos jugando a las ucronías, pero no, de verdad, no somos tan cultos: lo que pasa es que no había disfraces de emperatrices Josefinas (además, según comentaba la madre de mi amiga Eva, la susodicha - Josefina - era un cayo malayo, con lo que nos hemos alegrado profundamente), así que nos tocó hacer de Julietas, Josefetas, Julietinas, lo que más os guste, os doy a elegir.
Pero el cambio no afecta a lo más esencial: seguíamos estando, salvo honrosas excepciones, horripirmosísimos. Ellos, porque el conjunto napoleónico era bastante estrechito. Alguno de mis amigos tuvo que colocarse, según sus propias palabras, el pantalón con la ayuda de un calzador. Las casacas tampoco se caracterizaban por su amplitud, así que distintos grados de panza asomaban, unos tímida, otros abiertamente, a través de los chalecos rojos. ¡Pero qué reguapísimos, pardiez!
Las chicas, en este caso, fuimos más afortunadas, porque la goma del vestido caía por encima de la cintura, así que, si conseguías que tu busto de sirena entrara en el corpiño (lo que no siempre resultó fácil - snif -), cabías sin problemas en el traje. En fin, que este año, en vez de una morcilla, yo me sentía como una mesa camilla, que acaba igual, pero no es lo mismo, que conste.
En cuanto a los tocados, nos superamos. Nuestros valientes legionarios, conquistadores apócrifos de las Galias y la plaza Mayor, tuvieron que bregar con unos cascos de plástico, tirando a blandengues, que les hacían sudar como gorrinos, esta vez se vieron, como heróicos mariscales de campo, obligados a hacer el desfile, a temperaturas caribeñas, tocados con fermoso gorrito de fieltro negro, salvo nuestro querido Taza, que consiguió meter dentro del bicornio su costroso sombrero de cuero (¡¡iiiiiiiih!!). Vamos, que frío no pasaron, no.
Nosotras, por nuestra parte, tuvimos nuestros más y nuestros menos con los tocados. Para mantener el velo en su sitio, el casquete venía con una especie de peinetilla que tenías que coser, previamente, porque se te caía. La solución pasaba por comprar un euro de horquillas en el chino y tratar de colocártelo como pudieras.
Lo malo es que yo, la última vez que me puse una horquilla fue a los once años, para una foto que me hicieron en el cole (y en la que salgo horrible, por cierto, como en casi todas las fotos), así que la pobre Laura tuvo que hacer de peluquera (o estilista, como dicen ahora), para dejarnos a todas más rebonitas que Sanluises con refajo nuevo. Al final, podíamos clasificarnos en tres grupos: las Julietas con el casquete en su sitio según la foto del envoltorio del disfraz (las menos), las Julietas con el casquete donde podían (las más) y las Julietas con el casquete colocado en plan peineta alcarreña (alguna había también). Lo cual, si añadimos las opciones de: tipo que te cagas, traje tuneado o formato mesa camilla) nos daba una cantidad casi infinita de Julietas, Josefetas o Julietinas. Y es que, en la variedad está el gusto. Hasta ahí podíamos llegar.
Como si no fuera suficiente para conseguir una aplastante victoria en Waterloo, a alguien se le ocurrió una idea por demás absurda: contratar una charanga para que tocara la Marsellesa durante el desfile y el resto, como estamos más "pallá" que "pacá", pues encantados.
En fin, que el imperio de los cien días de Napoleón no fue nada, comparado con el mogollón de "Naboleones" (algunos ya no mantenían una dicción muy clara a eso de las nueve), Julietinas, platillos y trompetas que, al son de "allonsenfantsdelapatriiiiiiiiiie", entraron en la plaza mayor ante el asombro y rechifla de la gente que, si bien está acostumbrada a vernos hacer el tonto (no sólo a nosotros, también al resto de las peñas), no comprende cómo, año tras año, nos superamos en memez. Y es que, como decía un anuncio de la tele "el ser humano es extraordinario".
En fin, que para deleite de tiburones, ángeles de Victoria' secret o como se escriba, flamencas, rocieros, rollizas burbujas brillantes, latas de cerveza, bolsas de conguitos, la mismísima Pippi Langstrump y sus primas gemelas y qué sé yo cuánta gente más, nuestra charanga ejecutó lo más granado de su repertorio mientras propios y extraños aprovechábamos para hacer convenientemente el merluzo y a qué nivel.
El caso es que hubo que reponer la cerveza dos veces, lo que nos impidió a algunos ser testigos de cómo ciertos "Naboleones" trataron de exponer al alcalde sus deseos de "un pueblo bilingüe" y conquistar el balcón del ayuntamiento para el imperio francés... Imperio que se batió en retirada, un poco harto ya, sobre todo ellas, de engancharse el velo por todas partes. Se ve que las Julietas-Josefinas reales no se movían nada, para que no se les cayera el tocado...
Bien dicen que una retirada a tiempo es una victoria: el auténtico Napoleón no lo vio así y terminó sus días en Santa Elena. Los "Naboleones y Julietas", conscientes de sus limitaciones, prefieren dirigirse a su refugio de siempre, a darle caña al jamón, devorar unas empanadas, evitar que el grifo de la cerveza se oxide y menear convenientemente el bullarengue, que para eso tienen la charanga hasta las doce. Y ya conquistarán Europa en otro momento, que administrar un imperio, como podeís imaginar, es un estrés y un sinvivir.