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martes, 12 de junio de 2012

El dilema de la maleta y la madre que la parió

El otro día mi bella “hemmana” sufrió en sus propias carnes el famoso “dilema de la maleta”, a saber: tienes que hacer la maleta para irte a cualquier sitio, por un período de tiempo perfectamente conocido y con una idea más o menos clara del calor que va a hacer y las actividades a que te vas a dedicar. ¿Por qué, entonces, todo el proceso es una mierda? Porque, no me lo negaréis, al final, viajas cargada como una mula y te encuentras, de repente, con que, o bien no tienes nada que ponerte (aunque te has empeñado en llevarte el baúl de la Piquer) o el más mínimo percance te obliga a pasar varios días con una camiseta llena de lamparones (si has sido sobria y viajado con un bulto similar al hatillo que llevan los vagabundos de los tebeos). En ambos casos, no me preguntéis cómo, once conjuntos que preparaste con todo cariño vuelven a casa sin que te los hayas puesto. Y otra cosa ¿por qué abulta lo mismo el paquete para viajar dos días que el de un mes? ¿Es que, como dice mi amigo Ignacio, estamos todos locos? Pues va a ser que sí…
Como todos los grandes desafíos de la humanidad, el “dilema de la maleta” viene de lejos. Empezó el mismo momento en que tu madre renunció  a empaquetar tus cosas y dejó en tus torpes manazas inexpertas la preparación del equipaje. Antiguamente, esto sucedía, máomeno, cuando te ibas de campamento, que volvías como si hubieras estado en un campo de refugiados y no era necesario abrir la bolsa, podía ir, tal cual, directamente a la lavadora… o a la basura. Ahora, por lo que veo, sucede a eso de los cincuenta y tres años, cuando tu madre está de viaje con el Imserso y te toca apañártelas solita. Pero el procedimiento es el mismo.
Descubres que te vas, por ejemplo, de viaje de trabajo durante tres días, en los que tienes que asistir a dos reuniones y una cena de negocios. Con un traje modelo reunión y otro un pelín más “elicefante”, que decía mi padre (besos, guapo) para la cena, estaría resuelto. Osea, dos conjuntos. Fácil ¿no?
Pero la cosa se complica desde el principio: llevas los dos trajes que te hacen falta, más veintisiete camisas, por si te echas por encima el café durante la primera reunión, que menudo corte ir al día siguiente con el escote lleno de manchas marrones y migas de galletas pegadas… Y sólo vas tres días, pero metes cuarenta y dos bragas, no vaya a ser que te hagas pis (que no se me ocurre otro motivo) o que el traje que vas a ponerte para la cena sea blanco y necesites algo que no se claree (pues sí, se me ocurre otro motivo). Más doce o trece cajas de medias, por si te haces una carrera al colocártelas, como si tuvieras las garras de Freddy Kruegher en vez de uñas.
Mención aparte merecen los zapatos, llevas unos puestos y otros quitados… y unas botas, por si llueve, las chanclas para salir de la ducha y no te llevas las pantuflas de peluche en forma de vacas porque te da vergüenza que las vean en el hotel y te llamen hortera.
El caso es que, como pretendes utilizar tu mini maletín, porque no quieres facturar la maleta, pues va todo a presión, que cuando la quieres cerrar te tienes que sentar encima y dar saltitos… Momento en que descubres que te has olvidado de meter el pijama y el neceser con las cosas de aseo. Hala, otra vez a abrir el maldito cacharro y a recolocar todo lo que estaba dobladito y mono y ha salido disparado en todas direcciones, para meter tu camisón de franela con ovejitas, que abulta él solo como una bombona de butano.
Entonces te toca hacerle un hueco a las cosas de aseo, porque ahora, con las normas de seguridad de los aeropuertos, tienes que llevar todo en unos frasquitos que parecen de la Barbie, que la pastilla de jabón es más grande que la colonia, la pasta de dientes y el desodorante juntos. Además, tienen que ir en bolsita transparente, para que se vea bien que no transportas un explosivo plástico. Desde hace unos años, los que trabajan en el control de equipajes del aeropuerto están hartos de ver compresas, tampones y otros productos que suelen producir, no sé por qué, una reacción muy vergonzosa en los varones. ¿Les pagarán un suplemento por ello? ¿No? Pues que se fastidien.
Pues, a pesar de todos tus esfuerzos, la puñetera bolsita no cabe. Tu maldito equipaje a presión se va al garete por culpa del desodorante y tienes que decidir entre facturar la maleta u oler a sobaco durante tres días y llevar los dientes llenos de sarro. No es una buena opción cuando tienes que asistir a una reunión de trabajo, palabrita.
Lo curioso es que, si metieras la bolsita entre medias del camisón de las ovejas, sí cabría, pero te verías obligada, cuando pases el control de seguridad, a abrir la maleta y desmontarla entera en la cola del control de equipajes, ante la rechifla de buena parte de la gente que está allí y el cabreo de los que esperan detrás de ti, que ven que les va a tocar estar allí de plantón siete horas y media mientras tú recolocas el ajuar.
Una solución de compromiso es meter el neceser en el bolsillito exterior de la maleta, así lo puedes sacar para la revisión y no te toca abrirlo todo. No es mala idea, salvo que a tu “troley” le sale una barriga que, con toda probabilidad, le impida caber en esa mierda de cestitas que hay delante de los mostradores del “check-in” o como se escriba y en las que, en teoría, debería caber el enorme mamotreto que cada hijo de vecino trata de hacer pasar como equipaje de mano, con lo que te tocará discutir un rato con la del mostrador. A veces cuela, otras no, pero la duda te corroerá hasta que llegues a recoger tu tarjeta de embarque (snif).
Entonces, cuando ya crees que todo está preparado, recuerdas una cosa horrible: ¡no has metido el ordenador! ¿Cómo cojones piensas tomar las notas de las reuniones? Vosotros diréis que es muy fácil, con llevar un cuadernito bien refinito, que cabe en cualquier parte y un boli, pues todo solucionado… Pero no es tan fácil, que luego llegas a la reunión y el que no tiene un tablet tiene un súper ipuf, ipof o como se llame y tú ahí, hala, con una libretilla de las Monster High, que es lo único que has encontrado en el último momento porque tu sobrina, que es un encanto, te la presta… Para eso te vas en vaqueros y te ahorras todo el rollo de la preparación del equipaje.
Oootra vez a desmontar el petate, para que te quepa el portátil. Sacas once de las doce cajas de medias, aunque la que queda tiene una forma un poco extraña, porque has metido dentro seis pares extra, por si acaso. Decides que, pase lo que pase, no te harás pis encima, con lo que puedes reducir el número de bragas a 6, no está mal para dos días… más un par que te echas al bolso, por si te toca, después de todo, facturar la maleta y te la pierden, ya de paso. Si al final vas a asistir a las dos reuniones y la cena con la misma ropa del primer día, al menos podrás cambiarte de bragas. Procura meterlas en una bolsita, que si no se hará enganchones con el cable del móvil, que no te fías de meterlo en la maleta desde que un amigo te contó que, efectivamente, le traspapelaron el equipaje y estuvo no sé cuántos siglos incomunicado, porque ya no sabemos ni utilizar las cabinas telefónicas (si es que las hay).
¿Qué más? Pues dejas el camisón, que abulta quince metros cúbicos, sustituyéndolo por una camiseta vieja con algún logotipo indescifrable, como “Marcos para puertas Rodríguez”. ¿De dónde demonios sacaste esa camiseta? Bueno, da igual, no te la vas a poner para hacer propaganda, pero vale para dormir… Poco, porque pasarás frío, tenlo por seguro, aunque en las habitaciones de los hoteles, normalmente, la temperatura supera los 97 grados centígrados, si no llevas el camisón de franela, hará frío. Os lo digo yo, que llevo visitados unos cuantos.
A continuación, sacas unas pocas camisas, dejas sólo una para cada día y mentalmente pronuncias una breve jaculatoria, para que no se te caiga encima la salsa de un sándwich en un momento inoportuno. Miras el pronóstico meteorológico (o la meteo, como lo llaman ahora) y te fías del parte de tiempo soleado para tres días, porque te permite dejar las botas en casa.
Ya parece que la cosa va mejorando, la maleta cierra, cabe el ordenador, puedes sacar la bolsita de aseo del bolsillo lateral y meterla dentro, con lo que desaparece la lorza y ya te cabrá en la jaulita. Te sientes feliz por tu audacia, te das besitos a ti misma y ni siquiera el hecho de haber tardado quince horas en preparar el equipaje para tres días mina tu ánimo. Eso lo dejas para la vuelta, cuando compruebas que, al final, has llevado el mismo traje los tres días, porque los otros dos se han arrugado de tal manera que no ha habido forma humana de ponérselos. A consecuencia de ello, sólo te han hecho falta unos zapatos, y los otros se han quedado en el fondo, espachurrados, que te va a llevar dos meses que recuperen su forma original. En fin, que te hubiera valido con una mochililla canija, preparada a toda prisa, que para semejante viaje no hacen falta alforjas. Buaaaa.
Entonces es cuando te planteas el horror que va a suponer preparar el equipaje de las vacaciones. ¿Una maleta para quince días? Añadir bañadores, ropa para salir, chaquetilla por si hace fresco por las noches… ¡Aaaaaaaaaah!
Yo creo que por eso salgo tan poco de vacaciones, porque lo paso tan mal preparando mis equipajes de viajes de trabajo que acabo harta de maletas…
De verdad, hacedme caso, no os vayáis por ahí, no sólo sale carísimo sino que además, organizar la maleta es un estrés y un sinvivir.