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miércoles, 23 de febrero de 2011

Noo, no me pillas en mal momento (¡jodío!)

Creo recordar que ya os hablé de mis problemas con los teléfonos. Lo que se me olvidó contar en aquel momento, ya que estaba más ocupada en plasmar la confusión que me embarga cada vez que tengo que enfrentarme a tropemil artilugios de forma, tamaño y color semejantes, pero muy varias funciones, es que mi manía se extiende también a todo aquello susceptible de emitir un sonido que podamos definir como "timbre" (no postal, ni de voz, no me jodáis), uséase, la pueeeeta (dingdong), el despertador (pipirripipí), el horno (¿ping?) e incluso, si me apuráis, las bicis (ringring) desde que a la peña le ha dado por circular por la acera.
Vamos, que todo lo que suena de forma medianamente estridente para llamar mi atención, me toca mucho un pie y aunque podría exponer aquí un tratado enormemente argumentado sobre el tema, que alcanzara la categoría de clásico en la materia y demás, me limitaré a exponeros un par de motivos, para que veáis que no se trata de manías de locahistéricagordabizcamuuu, sino que estáis, incluso, de acuerdo conmigo y me dáis la razón para que me sienta feliz y siga deleitando vuestros ojos, con aquestos mis fermosos escritos.
En fin, menos rollos: odio los timbres porque siempre me sobresaltan, porque la persona que está tras sus irritantes sonidos me pilla en mal momento y porque, en el fondo, me gustaría vivir en aquellos silencios de antaño, cuando nuestras abuelas decían que "pasaba un ángel" (¿andetá?) y los únicos blandos murmullos que turbaban nuestro reposo eran los cencerros de las mulas y los ronquidos de los gorrinos. Qué tiempos aquéllos (snif).
En serio: ¿Verdad que, cuando el microondas suena, porque la leche ya se ha calentado, os acabábais de sentar? Y ya no se levanta una con la rapidez de antaño: ahora jode y, encima, todo cruje. Ya se podía haber quedado callado el horno, para beberte un vaso de leche, mejor que se te olvide, de verdad, si fuera una birra... y esa no la calientas. Pues no, primero pegas un salto, porque se te ha olvidado la taza, luego gruñes un poco (gronflegronfle), pero nadie responde a tus gañiditos y, al final, tienes que ir a por la leche que, para entonces, se ha quedado fría, así que vuelta a empezar. Ahora no te sientes, petarda, que puedes tirarte así toda la puta noche, jugando al pilla-pilla con un artefacto repugnante, que ni piensa ni nada.
¿Qué más podría deciros? ¿A que el timbre de la puerta sólo suena si estáis, a) cagando, b) en la camita - entonces es el de correos, con prisa, que se larga antes de que tu llegues a abrir y te toca ir a recoger la carta de las narices a la oficina, mierda -, c) durmiendo la siesta como unos benditos? Este último caso es el más desagradable de todos, porque el timbre te pega un susto que te cagas - y eso que es de dindón y no de prrrrrrrr, como antes -, se te sube el corazón a la boca y, cuando por fin abres, el del contador del agua te mira con cara de estar contemplando una aparición. Son las únicas ocasiones en que alguien me llama de usted y yo creo que es por miedo a que le muerda.
Pero la palma, cómo no, se la lleva el teléfono. Yo creo, seriamente, que mister Bell capturó un espectro maligno en los cables, que luego mutó a las redes inalámbricas y que ahora se dedica a joder por donde puede, a todo aquel sufrido ciudadano del mundo con una o varias líneas de teléfono, es decir, a todo quisque, menos algunos benditos que aún siguen sin contaminarse (¿cómo pueden? Pues porque van a llamar a casa de su vecina, que está hasta la polla porque le molestan, no sólo sus llamadas, sino las del petardo que quiere vivir tranquilo. Hay que joderse).
Tengo ejemplos que podrían poneros los pelos de punta, pero sólo diré unos cuantos,  que luego me llamáis coñazo:
A ver, por ahí hay uno, no cito nombres, que tiene una costumbre de mierda: llamarme a las ocho de la mañana, para preguntarme cosas de trabajo, cuando estoy de vacaciones. Imaginad el resto. Ya sé que me diréis que apague el móvil por la noche, pero eso sería muy fácil y, además, de copardes. Lo que tenéis que hacer es llamar a horas decentes, coño. Ni los ingleses cometen tamaña felonía. Por supuesto, el patatús que te da cuando suena el artilugio de los huevos es de órdago, hasta que lo encuentras, que siempre está lejísimos (¿por qué será?) y ves que es el petardo de siempre.
Sí, ya lo sé, podría, sencillamente, colgar, para que se dé cuenta de que me está jodiendo y piense "¡oh, por ventura! ¿Estará mi Elenita de vacaciones?" y deje el rollo para otro día. Pero no, eso también sería de copardes: hay que descolgar e intentar, incluso, que la voz te salga modulada y armoniosa ("¿digaaaaaaarg?"), pero no te sale, porque ayer te olvidaste de lavarte los dientes (una de las múltiples excusas que puedes poner) y lo que se oye es una especie de graznido cazallero. Lo justo para  que el otro sepa que te ha despertado y que te estás cagando en sus muelas y las de sus ancestros hasta la época de la reina Lupa o así. Pero no ceja en su empeño, no, te cuenta lo que te tenía que contar, te pone la cabeza como un bombo y, para cuando cuelgas, se te ha pasado el sueño, te has puesto de mala leche y tampoco era para tanto y encima tienes hambre y te haces pis. Snif.
Otra llamada fufenda: boca llena de garbanzos, delicioso cocidito madrileño y, zaca, la petarda de tu amiga "¿no estarás comiendo, verdad?" y tú, llenando de perdigones el auricular, le dices, "ya estaba acabando, no te preocupes" en vez de, "¿tú a qué putas horas comes, guarra?". Lo mismo, te cuenta su vida, en este caso, al contrario que en el anterior, se te quita el hambre, porque todo se ha quedado frío y, si tratas de calentarlo, el timbre del microondas te hará pegar un salto y volverás a jurar en hebreo (grñgrñgrñ).
¿Qué otros momentos inolvidables te jode el teléfon? Pues imaginadlo, joder (exactamente). Y claro, no puedes decir, "llámame en otro rato, que me pillas follando", porque se te ha cortado el rollo con el timbre. Tienes que decir que estás, en ese momento, subiendo unas escaleras y que de ahí el "arf, arf". Claro que, si te llaman al fijo y vives en un apartamento, no cuela. O caen enseguida en lo que han hecho y cuelgan rápidamente, o se creen que estás cagando y se parten de risa. Encima, cabrones.
Y claro, no olvidemos cuando, en el último minuto de la peli o, si os mola el fútbol, justo cuando marca Pelé (sí, ya sé que hace mucho que no veo un partido), musiquillas perversas te joden la jugada y tiras el teléfono por la ventana al grito de "gooool" y te toca bajar a la calle a por él y, casi siempre, comprar otro nuevo porque se ha hecho fosfatina, o te quedas sin saber, después de cuatro horas sentada en el sofá, con el culo plano, si Escarlata O'Hara volvía o no a pasar hambre o, si la peli es porno, si se casan al final.
Ya, si a esto añadimos que, ni por la calle puedes ir tranquila porque, al sonido de ringring, dos adolescentes cabalgando en una bici, el de atrás de pie, te hacen echarte a un lado, ¿qué es lo que pasa? Pues eso, efectivamente, que los timbres alteran tu vida, siempresiempresiempre te pillan en mal momento y, como es lógico, esto es un estrés y un sinvivir.

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