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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Cuidadín con el turrón...

No sé si a vosotros os pasará lo mismo, pero a mí, todos los años, cuando inicio mi intercambio de felicitaciones navideñas (una tiene su corazoncito y le molan esas cosas, qué se le va a hacer), alguno de mis colegas, ya sea via "christma" o SMS, me suelta aquello de "cuidadín con el turrón".
Parece un tópico, pero la frase tiene su miga, al menos en mi caso. Porque yo calculo que la última vez que comí turrón aún no habíamos cambiado de milenio. Cosa más empalagosa, el duro se te pega a las muelas, el blando chorrea, el de choco cruje, el de yema tostada debe ser medio alucinógeno y toda esa colección de extraños sabores con que nos bombardean los estantes del supermercado parecen diseñados por un sádico epiléptico. A lo mejor es a eso a lo que se refieren mis amigos cuando me dicen que tenga cuidadín, porque me quieren y no les gustaría verme empezar el año sin dientes, pringosa y desarrollando alguna alergia a un producto exótico de los que meten en las tabletas de diseño. La amistad es lo que tiene.
Pero su preocupación no tiene razón de ser porque, como podréis deducir del párrafo anterior, no me mola el turrón ni tres. Otra cosa son los polvorones (sí, ya sé, igual de empalagosos, sueltan migas y, cuando te comes uno, tardas hora y media en poder silbar y dos horas en poder decir "Zaragoza"... La diferencia estriba en que me gustan), pero nunca he recibido el consejo "cuidadín con los polvorones... o las marquesas... o el mazapán... o los bombones"... ni siquiera "cuidadín con el alajú", cosa que vendría bien para advertir a los incautos, porque un zambombazo en la cabeza con una barrita de alajú te lleva derecha a urgencias, seguro. Vivimos rodeados de peligros y los ignoramos, así nos luce el pelo (snif).
Bueno, que estoy divagando. Siguiendo con el turrón, resulta que, con eso de la crisis (y de que nadie me hace regalitos de ese tipo, para qué engañarnos), la exigua cesta navideña se ha visto reducida a un tarro de aceitunas sin hueso, una botella - pequeña- de sidra famosa en el mundo entero y cuatro o cinco tabletas de turrón. Yo las coloco juntas, a ver si se hacen amigas, y tengo la sensación de que confraternizan demasiado, porque, para el mes de marzo, en vez de cuatro o cinco, hay quince o veinte, todas de sabores repugnantes y una de nata y nueces, que siempre digo que es el único turrón que me gusta, pero nunca me lo como. Y es lógico, también me gustan las camisetas negras y nunca me he comido ninguna...
Con el paso de los años, el mueblecito de la cocina se ha ido llenando de tabletas de turrón que esperan, medio atemorizadas, medio expectantes, a ver qué hago con ellas. Y qué queréis que os diga, aunque me gustaran, ya no puedo comérmelas porque, a medida que va transcurriendo el tiempo, nos hemos hecho amigas (¿cómo te vas a comer a una amiga? Aunque algún conocido mío dice que tengo amigas que están para comérselas, pero esa es otra historia) y, además, ellas han caducado. Creo que las que están en la parte baja del montón, son del año 74. En mi peña hay gente más joven, coleguitas que nacieron cuando mis tabletas ya eran adultas. Es lo que tiene el tiempo, que transcurre para todos, seas humano o turrón.
Vamos que, aunque a veces lo piense, no puedo tirar una antigüedad así como así, de forma que he tenido que hacerles un sitio en mi casa y otro en mi corazón. Pero yo tengo el corazón muy grande, cabe mi familia, mis amigos y hasta mis turrones.
En los últimos tiempos, he descubierto una forma de aprovecharme de mis tabletillas: utilizarlas para construir falsos tabiques. Es más barato que el pladur, porque tienes que comprarlo y las tabletas ya las tengo. Se monta muy fácil, no tienes más que recordar cómo construías con el Exin Castillos y, además, le das un toque nuevo a tu hogar.
Así, cuando alguien te visita, puedes hacerle creer que has hecho reformas, cuando lo que has estado haciendo es el gilipollas, elevando muros de turrón por aquí y por allá. Pero, ¿qué es esta vida sin un toque de excentricidad? Además, puedes hasta colgar cuadros, si colocas en los puntos estratégicos el blando, poner una escarpia es más fácil que en los programas ésos de la tele. Cuelgas un par de cuadritos y ya está, has redecorado tu vida en un pispás.
En fin, que siempre se le puede dar un uso a todo ese stock acumulado que no sea comérselo y, ya de paso, engordar quince kilos en dos semanas (a kilo por día). Pero no creáis que así acabaréis las navidades bien delgaditos y fermosos. Puede que tengáis cuidado con el turrón, pero me juego las orejas y no las pierdo (que no las pierda, por Dios, ¿dónde me sujeto las gafas si no?) a que no tenéis ningún cuidadín con los cubatas, las cañas, el lomo, los choricillos, los langostinos, el cordero, el vino y todas esas otras cosas contra las que no me prevenís, cabrones.
Total, que en enero me veo un par de toneladas más gorda, pero este año no pienso hacer el propósito de adelgazar, porque el tema de las decisiones de Año Nuevo, además de dar para otra entrada, es un estrés y un sinvivir.

martes, 21 de diciembre de 2010

La lluvia, en Sevilla, será una pura maravilla, pero aquí...

¿Os acordáis de Audrey Hepburn recitando, con perfecto acento vallisoletano, estas fermosísimas palabras? Pues yo, esta mañana, me he acordado de ella y de su abuelita en bicicleta, cuando he tenido que sacar los remos por la ventanilla del coche para poder superar la curva de San Fernando. Luego he descubierto que, si hubiera elegido como extra cuando lo compré, la opción "fuera borda", habría podido desplazarme más cómodamente. Claro que este plus sólo está disponible para coches de gama alta, y no para mi pobre bishillo. No somos nadie. Snif.
No sé por qué será, pero la lluvia sólo mola cuando eres pequeña y pasas por debajo de los canalones, con la cara para arriba y te cae un chorro que te deja temblando y te entra por el cuello del impermeable. Porque, el resto del tiempo, os pongáis como os pongáis, es un coñazo.
¿Que es fantástica para el campo? Pues no lo tengo yo tan claro. Hace dos semanas estuve en el pueblo y, con una manta de agua mucho más reducida que la de hoy, recogimos suficiente barro en la peña para fabricar un golem, como el de la película antigua ése que había en Praga y rendirle culto en el fondo de la bodega. De hecho, alguna de mis amigas tenía ese aspecto al final de la noche. Y yo creo que, si a una espiga de trigo le sueltas doce mil litros a chorro, como que no le viene muy bien. Porque esa lluvia menudita y continua, que tanto le gusta a los agricultores, no cae nunca, a no ser que acabes de salir de la peluquería. Entonces sí: pero te cae encima a ti y te deja los pelos como los de las mazorcas de maiz. En fin, una monada.
¿Que hace falta que llueva, que hay sequía? Que se lo digan a los de Écija, que están tan contentos, organizando piscifactorías en sus casas. Han tenido que sacar los flotadores de patito para ponérselos a las truchas y todo. ¿Que se ponen tan bonitas las fuentes? Vosotros intentad pasear ahora por el campo, que en cuanto lleguéis a un manantial, se os hundirán los pieses, asín, los dos de una vez, en metro y medio de barro, pondréis el agua lodosa y luego saldrá turbia por el caño y os llamarán cochinos.
¿Que así baja la contaminación? Síiii, claro que baja, al suelo, que está más gorrino que yo qué sé. Las boinillas ésas que llevan las bellotas, son la boina de contaminación de Madrid, que ha bajado al suelo con las últimas lluvias y se la ha quedado el árbol. Luego comeremos residuos de calefacciones, uuuum, qué riiico.
¿Habéis revisado si vuestros tejados tienen goteras? Porque hoy se os habrán puesto bien frondosas. Yo no tengo, pero el vecino de al lado tenía atascado el sumidero de la terraza, con lo que el agua se filtró y se me quedaron las paredes sudorosas, como las de las películas de terror, sólo que en ellas lo que se filtra es potencialmente asesino y aquí es únicamente pringoso y repugnante. Menos mal, sólo me faltaba que, por culpa de la lluvia, me entrara otro poltergeist, que ya tengo bastante con el de debajo del sofá (por cierto, que se ha quedado con uno de los mandos a distancia, todavía no he averiguado cuál. ¿Dónde habré dejado la escoba para sacarlo?).
Y miras la tele, a ver si esto tiene trazas de cambiar, pero no te salen más que programas del corazón. Qué coñazo. Cuando, por fin, encuentras un canal de noticias (te prometes a ti misma que apuntarás el número del canal, pero lo haces en un kleenex con el que, posteriormente, te suenas los mocos y se te pone la nariz azul de la tinta y ya no te acuerdas del número de los cojones), tienes que tragarte medio siglo de entrevistas con entrenadores de fútbol y sus primas las cojas, antes de saber el pronóstico del tiempo. Pero nunca llegas a verlo, porque te llaman por teléfono para venderte una enciclopedia, llama a la puerta el fontanero, que no viene a arreglarte las goteras, sino a pedirte el aguinaldo, te acuerdas que tienes en el fuego agua para hacerte una tila, porque ya no puedes con tanto estrés y, cuando quieres darte cuenta, se ha pasado el hombre del tiempo, no tienes ni idea de si va a seguir lloviendo mañana y el vecino de arriba aprovecha para regar a cubos, pensando que no te enteras con la que está cayendo. Joder.
Y podría ser peor, menos mal que no lavé el coche...
Es entonces cuando recuerdo mi no muy lejana infancia, cuando el primo Noé nos decía: "Joder, qué finos los de Madrid, si son cuatro gotas". Y yo, por hacerle caso y no quedar como una vulgar urbanita, aquel domingo no tuve bragas secas para ir a misa.
Vamos, que la humanidad no ha conseguido todavía hacerse a estas lluvias persistentes, se organiza la de Dios y esto es un estrés y un sinvivir.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Oh, qué bien, un músico en la familia...

Siempre que escucho una interpretación musical francamente buena acude a mi mente el mismo pensamiento: para que el intérprete haya alcanzado tal grado de genialidad, la vida de su familia ha tenido que ser un infierno durante años y años. Para que luego digan que ahora la gente no aguanta nada. En serio, ¿os podéis imaginar tener que sufrir durante siete u ocho años a un petardo tocando el clarinete junto a tu oreja? Qué desesperación, de verdad. Dicen de la madre de Paganini que huía a ocultarse entre los matojos cuando su hijo ensayaba y que tétricas musiquillas (ñigoñigoñigo) acosaban sus sueños y sus vigilias sin descanso. Envejeció prematuramente y terminó sus días, según algunas leyendas apócrifas, con artrosis en los codos (qué dolor, por favor) a consecuencia de la forzada postura que adoptaba para poder taparse los oídos y pasar el mocho a la vez. Pobrecita. Y eso que su hijo era un genio, imaginad lo que hubiera podido pasar de tratarse, como sucede con frecuencia, de alguien con una oreja enfrente de la otra y dedos como morcillas, habría tenido que rellenarse las orejillas de perejil, como pasaba en un libro de Astérix.
Porque eso es lo que nos sucede a la mayoría de los mortales: que tenemos que soportar a un plasta (o más de uno) en la familia o en la comunidad de vecinos, dándonos el coñazo con cualquier artilugio infernal. A ver, quién no ha pensado en hacer a su hermana tragarse la maldita flauta dulce cuando, por enésima vez, oye sonar el "Gatatumba". Luego dicen que la música amansa a las fieras.
Pero el horror no termina aquí, qué vaaaa, todavía pueden sucedernos cosas más terroríficas: el herman@ guitarrer@ que pasa las horas muertas asesinando temas clásicos del rock, si la guitarra es eléctrica (sólo le sale bien el punteo inicial del "Smoke on the water", de los Purple) o dándote ganas de estampársela en la cabeza cada vez que oyes "La Bamba", si es española. ¡Socooooooorro! ¿No hay una ley que nos proteja de "La Bamba"? Pero si todo el mundo está hasta el gorro, hombre, el clamor popular debería encauzarse a conseguir su prohibición absoluta bajo cuantiosas multas.
¿Que no os parece suficientemente "espez luznante"? Pues aún hay más: ¿Quién no tiene un pariente que toca la bandurria en alguna rondalla? Si es así, daos por jodidos, nunca estaréis a salvo cuando vayáis a su casa. Cualquier situación será buena para unos cuantos "dingdingdingding". En un momento aparecerán por allí varios colegas, con sus respectivas bandurrias, más el consabido tocador de botella de Anís del Mono y os pondrán la cabeza como un bombo, dale que te pego Antón con esta o aquella jota. Algunas personas han llegado, presas del pánico, a desalojar sus edificios durante horas y ha sido necesario un requerimiento notarial para hacerles volver a sus casas, porque estaban obstruyendo el tráfico en la calle. Fijaos bien la próxima vez que os encontréis con una concentración extraña de gente, sin pancartas ni nada, y más aún si oís un murmullo parecido a "no lo soporto, no puedoooor". Se tratará de unos que están sufriendo, en sus propias carnes, el acoso interminable de la rondalla.
Pero no penséis que la bandurria es el único peligro que os acecha. Ahora, otro extraño ser se ha unido a este siniestro grupo de petardos musicales: el dulzainero. Sí, no creáis que es algún tipo de chef que sólo hace postres, no, la realidad es muchísimo más aterradora. Se trata de un ser muy querido por todos, hasta que decide aprender a tocar la dulzaina. ¿No hay una forma de ponerle sordina a ese trasto? Porque, hay que joderse, cómo pita, la leche... Dicen que, en algunos lugares de España, fotografías aéreas han revelado que los tejados de ciertas casas están llenos de dulzainas, arrojadas allí por los sufridos oyentes. En mi pueblo, una vez se vino una abajo, por culpa de cuatrocientas dulzainas, veinte o treinta mil trompetillas de verbena y media docena de bombos, de los que se sacan para la fiesta.
Exacto, la cosa empeora por momentos: un bombo junto a tu ventana, no consigo imaginarme la partitura que siguen algunos de sus intérpretes, palabra. Muerooooor.
Y podría finalizar mi catálogo de los horrores citando, sólo de pasada, porque ya me estoy poniendo de los nervios (es que soy muy imaginativa, estoy oyendo en mi cabeza todos esos malditos instrumentos), al pelmazo de la armónica, que a ver si se la traga de una puñetera vez y se deja ya de marear, al vecino que intenta (infructuosamente) aprender a tocar el violín mientras tú crees estar oyendo cómo estrujan un gato, al de la zambomba que pulula por ahí en Navidad y, encima, es un cochino que se escupe en la mano y al taxista que tocaba las castañuelas mientras esperaba en su parada (aunque éste tiene una excusa, porque lo hacía bien, que conste).
De verdad, si conseguís libraros de gente así en el vecindario, vuestra vida será feliz y maravillosa. En caso contrario (y, por desgracia, suele ser lo habitual), se convertirá en un estrés y un sinvivir.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Porque lo digo yo, que soy tu madre

A petición del oyente (que se admiten, de verdad, sólo hace falta que las sugerencias me molen, si no, ¡anda yaaaaa!), escribo esta fermosa entraduela sobre el folklore materno que, como la canción del "cumpleaños feliz", es algo que todo el mundo, sin excepción de edad, sexo o condición, conoce. Estoy segura de que, cuando oís a alguna madre por la calle, recitando a un sufrido hijo con cara de "Jesús, qué coñazo" alguna de las frases escritas con letras de oro en el tesauro maternal, sólo os hacen falta un par de palabrejas para que vuestro cerebro complete el resto.
El caso es que, como no soy madre, ignoro en qué fuentes beben ellas para decir siempre lo mismo, tal vez en las suyas propias (las madres, quiero decir). Significaría, pues, que se trata de una mutación genética. O, tal vez, exista ese diccionario que acabo de mencionar más arriba, igual que los hay de dichos célebres o de refranes de Sancho Panza en "El Quijote".
Un ejemplo, por ejemplo: este verano me comentó mi amigo Fran que había un grupo en Facebook que se llamaba "Señor, llévame pronto", que posiblemente sea una de las sentencias más lapidarias del vocabulario de las máaaaaammaas, normalmente relacionada con tropecientos hijos pequeños haciendo el besugo, el salón lleno de mierda, la tele a todo volumen y otras cosas que, por mi tara anteriormente mencionada (la de no tener hijos), no alcanzo a comprender. Tened en cuenta que, al ser un terreno en el que carezco de aptitudes (frasecita que leí en el libro de Harper Lee "Matar un ruiseñor" y que, aunque se aplicaba a otra cuestión - concretamente la de poder mear de pie -, viene efufenda para incluir aquí) se me escapan algunas cosas en este asunto. Así que ya podéis hacerme comentarios explicativos, coño, que me dejo yo aquí los cuernos escribiendo. Creo que estoy divagando.
Prosigamos. ¿Que te lleve pronto el Señor? ¡Ya quisieras! Primero te toca poner orden en el caos aunque, como hija, nunca me ha parecido que hubiera tanto revoltijo que resolver...
Hasta el día de hoy, dudo de la eficacia de la expresión: no creo que el Señor se haya llevado pronto a ninguna madre después de producirse el desaguisado. Ah, se sienteeeee. Es algo inherente a la condición de madre, que los hijos den por culo. ¿No estáis de acuerdo? Pues mi bisabuela, en esos casos, decía "te hubieras hecho obispo y estarías echando bendiciones" (¿a que es la caña? Eso sí que es una buena frase, caray).
¿Quién no ha escuchado, al menos, un millón de veces, la ya cargante "me vais a quitar la vida"? Pero bueno, ¿para qué? ¿Y a quién le damos la plasta luego? Que no, de verdad, que no te la quitamos, sólo la hacemos más interesante con nuestras fantásticas ocurrencias. Pero bueno, también entendemos que, sin ocasión para echarles la bronca a los hijos, ¿qué sería de nuestras madres en sus horas bajas?
Pero creo que, la expresión que resume más claramente la idiosincrasia materna es la que da título a esta entrada. Desde mi humilde punto de vista, no ha existido nunca un planteamiento tan rotundo y, a la vez, desarmante. Efectivamente, las cosas son como son, porque te lo dicen ellas, que son tus madres (todas, ¡ah, no! ¡Socoooorro!). No sé cómo no me había dado cuenta antes. Yo filosofando sobre el origen de la vida y cosas más profundas aún, y no comprendía que la explicación era así de simple.
Es más, creo que deberían dar clases, en los clubs de debate, para aprender a pronunciarla en el tono realmente efectivo - medio histérico y chillón -. Así, cuando alguien quisiera, realmente, cerrar la discusión, sólo tendría que decirla y ganaría el que mejor interpretara el papel materno. Porque, en serio, no creo que haya argumento mejor que este, salvo, tal vez, uno que copié de Stephen King y que digo algunas veces, cuando me preguntan por qué no he hecho algo: "Es que tengo un hueso en la pierna". Morrocotuda, nuestras madres deberían incluirla también en su acervo.
Porque a veces pienso que las madres han diseñado una wiki, para la cual sólo recibes clave de acceso si puedes acreditar haber parido dos o tres niños, y que alimentan con sus propias expresiones folklóricas. Yo creo que es así:
Meten una frase como entrada y, en la definición, ponen el tono en que hay que decirla, el volumen y, sobre todo, la ocasión apropiada. Algunas, seguro, son capaces de poner varios ejemplos para ayudar a sus colegas. Tengo que averiguar cuál es la dirección, pero mucho me temo que mi madre, que no se atreve ni a quitarle el polvo al ordenador, no participa. Es una lástima, se pierden un tesoro...
En fin, he dejado para el final, la siempre repetida y nunca suficientemente valorada "¿qué horas son éstas de venir?" porque tiene una respuesta muy fácil e igualmente desarmante: mirar el reloj y decir la hora... A mí me funcionaba, al menos un par de segundos. Vamos a ver ¿es que nuestras madres no tenían reloj? ¿No había uno en la cocina, por si acaso? ¿No se oía en vuestro pueblo el de la iglesia? ¿A qué preguntar lo obvio? Es como lo de "¿te parece bonito?". ¡Pues claro que sí, coño! En caso contrario, no lo habríais hecho.
Total, que cada día me voy convenciendo más de que, en realidad, todas estas frases no se crearon en las malignas mentes de nuestras madres, sino de las suyas y, además, no fueron hechas con el propósito de que les diéramos respuesta (nosotros siempre tan literales), sino que son una forma elegante de no decir siempre lo mismo, que vendría a ser "estoy hasta el coño de todos vosotros.. sin excepción". Es decir, un se trata, como en el caso de mi blog, de un ejercicio literario, de ahí la wiki.
Por favor, no dejéis que vuestras madres sigan alimentando tan pernicioso sitio, ampliarán su repertorio de locuciones y nos pondrán la cabeza como un bombo y eso sí que será un estrés y un sinvivir.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

¿Y no sería mejor viajar en mula?

No sé vosotros, pero yo me hago esta pregunta cada vez que tengo que entrar en un aeropuerto. Creo que no valoramos lo suficiente las ventajas de viajar en mula (algunos no las valoran nada de nada), frente al excesivamente idolatrado avión.
Sí, ya, supongo que me diréis que es más rápido volar que cabalgar una rolliza mulilla... Pues no estéis tan seguros. Si pensáis así es porque nunca os habéis quedado tirados cuatrocientos millones de horas en un puto aeropuerto: el avión llega con retraso de su lugar de origen (luego, los impuntuales somos nosotros, los españolitos, tócate la breva), o se esmorruña al aterrizar (o venía ya esmorruñado de origen pero se dieron cuenta en el aire) y el comandante pasa de pilotarlo de nuevo hasta que lo arreglen, o sufre un ataque de hipo eléctrico en pista y hay que esperar mil siglos para conseguir otro porque, casualmente, ese puñetero día de los cojones facturaste tu maleta porque te hizo ilu viajar con un juego de dieciocho cuchillos jamoneros y un cortapuros. Y claro, hay que ir a las cintas a recuperarla (y sale la última, ¿por qué? pues porque es la tuya, coño), mendigar una nueva tarjeta de embarque (lo que les cuesta dártela, si sólo es un cartoncejo) y esperar otro vuelo... que también llevará retraso y que te dejará en tu lugar de destino, indemne pero jurando en hebreo, veintiocho días más tarde. Fantástico, cómo moooooooola. Bieeeen.
Además de la rapidez, como véis fácilmente desmentida, me diréis que ahora volar no sale nada caro... si lo haces con "Aerolíneas Asque". Lógico, porque ahora te dejas las pelas en otras cosas: la facturación, por ejemplo, porque con "Asqueviajes... los viajes más asquerosos", sólo puedes viajar con un bulto de veinticinco gramos. Así que te toca regañar en la puerta de embarque y acabas pagando por facturar las gafas. Y a esto tienes que añadir lo que te gastas mientras esperas: que si tabaco, unos crucigramas, un bocata de lentejas (carísimo), un libro para leer durante el siglo y medio que tardas en embarcar y la birra que te tomas durante el vuelo, a la que ya no te invitan... ¿Qué más? Pues sí, hay más, el taxi, porque los aeropuertos están siempre a tomar por culo y no te conoces la ciudad como para arriesgarte y coger un autobús donde todo el mundo habla fang. Total, que en un pispás te has fundido unos cien mil euros, céntimo más o menos.
¿Que aún tenéis ganas de defender los viajes en avión? Sí, siempre hay un convencido. Ahora me diréis que es el medio de transporte más seguro. Pues tampoco, la tan cacareada seguridad de los aviones es un mito, vamos, hombre. ¿Hay alguien que llegue a su destino sin tortícolis? ¿Y qué me decís del síndrome de la clase turista? ¡Menuda seguridad! Subes tan pichi y bajas con un trombo, el cogote retorcido y, si me apuras, en algún momento del vuelo te habrás clavado el cinturón de seguridad en el culo, para rechifla del tío del asiento de al lado, que se espolla de tí hasta que a él le pasa lo mismo.
Si a eso añadimos que no puedes fumar, puess ya está casi todo dicho, volar es una caca de la vaca (muuu).
En cambio, ¡qué bueno sería poder viajar en mula! Sales cuando quieres, sin tener que dirigirte a una puerta de embarque que está a varias leguas de distancia: sólo tienes que subirte encima y decir algo del estilo de "jiaborríiiiiiica" y hala, palante. Sin tres cuartos de hora de prolegómenos, ni retrasos, ni leches.
Metes el equipaje en las alforjas y puedes hacerle un corte de mangas a los mostradores de facturación y a las cintas tontorronas ésas que escupen maletas sin ton ni son, pero nunca la tuya. Y da lo mismo que lleves entre tus enseres un hacha, un calefactor o cuatrocientas boinas; nadie te lo tira para atrás como mercancía peligrosa.
Además, y esto es muy importante, siempre que no le eches la ceniza entre las orejas o atravieses un rastrojo ¡puedes fumar! ¡Ñeñeñeñeñe!
Y no te mareas. Bueno, cuentan de una tía abuela mía que sí se mareaba cuando viajaba en mula, pero yo creo que era de la emoción...
Otra ventaja: cuando te empieza a doler el culo, te bajas un ratito y andas... sin tener que hacer moverse al de al lado y sin tener que practicar malabarismos por un pasillo enano, ¡todo el campo es tuyo, joder! ¿Os dáis cuenta de lo que ganaríais en calidad de vida? Y todo por viajar en mula.
¿Que te entra hambre? Zas, bocata, que por seis loros pillas uno de metro y medio en cualquier bar y no esa mierda de sándwiches que te venden en los aviones. Cierto que también tienes que dar de comer a la mula, pero tampoco es tan caro, hombre, un saco de alfalfa y a trascar otra vez.
Ya sé que algunos todavía no estáis muy convencidos, pero aún me queda un argumento: si, al llegar a vuestro destino miráis el reloj, seguro que no habéis tardado mucho más y habéis disfrutado del paisaje... sin turbulencias, en vez de haber andado perdiendo el teimpo, gastando dinero, retorciendo vuestros fatigados cogotes, con un pincho en el culo y sin poder fumar, como os hubiera pasado en el aeropuerto.
En fin que, como muchos habréis podido comprobar ya en vuestras propias carnes, debemos volver a viajar en mula, porque hacerlo en avión, os lo digo por experiencia, es, por encima de todo, un estrés y un sinvivir.