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lunes, 22 de mayo de 2017

Torpes, torponcillos y demás fauna que tropieza

Me reía la otra tarde, cuando una amiga me mandó una foto de sus botas, convertidas en un amasijo de arcilla tras haber pasado por lo que ella definía como unas "arenas movedizas"... Y no es que me haya reído de mi amiga, pobre (bueno, sí me he reído, soy así de bruja, qué le voy a hacer), más bien es que su percance me ha hecho recordar unos cuantos "perpetrados" por mí misma...

Sin ir más lejos, al ver las botas embarradas he recordado aquella vez que. volviendo de clase, me metí de patas en lo que yo tomé por un foso de cemento y resultó ser una pobre acera que estaban haciendo junto a las obras del metro. Cierto que se veía a la legua que la acera estaba, digamos, blandita, pero yo no la vi y no porque no llevara las gafas, sino porque iba leyendo, costumbre nada recomendable y que se puede comparar a nuestra manía actual de mandar whatsapps a diestro y siniestro, cuando deberíamos estar atentos, al menos, al tráfico.

Sí, lo sé, no se debe ir leyendo por la calle, lo menos que te puede pasar es que pises una caca y os aseguro, por experiencia, que no te toca la lotería; pero ahí estaba yo, devorando un ladrillo de libro, cuando oí, así como de lejos, dos "chof" ("chof", "chof") y sentí, de repente, frío en los pies. Miré para abajo... y los dos habían desaparecido, criaturillas, en un espeso mar gris. No sé cuánta gente me vio en esa situación tan absurda, con el libro en la mano e intentando interpretar qué porras había pasado para que, en un segundo, hubiera pasado de "estudiante de vuelta a casa" a "panoli de camino a la petrificación".

Vino en mi ayuda un chico que, por si no me había dado cuenta, me aclaró amablemente: "creo que te has manchado". Y eso fue lo que rompió mi parálisis y me obligó a salir corriendo, para llegar a casita antes de que el cemento se me secara encima y tuviera que sacarme las playeras con un taladro, como en los tebeos de Mortadelo.

Lo peor de tan estúpida aventura es que no se trata de un hecho aislado, sino de un ejemplo de las múltiples torpezas que cometo de forma habitual y me quedo tan ancha... Bueno, en realidad no me quedo tan ancha, en un primer momento me da muchísima rabia, aunque cuando intento explicarme a mí misma lo que me ha sucedido, me suele entrar la risa floja, como aquella vez que, "ayudando" a otra amiga, sacudí el mantel después de comer y tiré las servilletas por la ventana... hecho del que no fui consciente hasta una semana después cuando ella me lo explicó mientras yo me escacharraba convenientemente... O cuando se me vino encima una montaña de ropa porque decidí que podría sacar, sin ningún problema, la camiseta de abajo del todo.

Y ¿cuántas veces me habré dado contra una farola por ir pensando en las Batuecas? Ni las cuento ya, porque son legión y tampoco es cuestión ir apuntando cada estupidez que hago al día (más que nada porque no tendría espacio en la agenda).

Pero la cosa no acaba ahí. No me preguntéis cómo, pero en una ocasión estuve a punto de pillarme una oreja (a izquierda) con la puerta del coche de mi cuñado. Por fortuna sólo me la arañé, pero aún hoy, cuando han pasado ya unos años, sigo sin explicármelo, palabrita... Y casi es mejor, hay cosas, como dicen en las pelis de miedo, que deberían permanecer siempre ocultas...

Cierto que debe haber, en mis estupideces, un cierto componente genético, ya que mi hermana se cortó una vez con un trozo de queso (de verdad, que sí, que lo hizo, tampoco sabe cómo, pero lo hizo), mi padre intentó hacer una llamada con el mando de la tele y tengo unos primos que, movidos también por algún gen aún no descifrado por la ciencia, atraen indefectiblemente las chorradas, a modo de humanos imanes... Es un hecho científicamente demostrado que, si un vaso lleno de algo preferentemente pringoso, se cae sobre la mesa, el líquido se dirigirá, sin vacilación, hacia ellos, no importa cuál sea la inclinación de la mesa.

En serio, cada vez estoy más convencida de que el gen de la torpeza (llamémoslo gen T), que debe ocultarse en alguna parte de a saber qué par de cromosomas, se encuentra activo en mi organismo y me impulsa a pisarme los cordones de los zapatos, pillarme los dedos con las puertas, darme con la puerta del armario de los platos en el cogote, tropezar con inexistentes obstáculos, engancharme las mangas de las camisetas con los picaportes cuando llevo algo que se pueda romper (un plato o un vaso, por ejemplo), estornudar con la boca llena, perder todo aquello que tengo entre las manos, cargarme, sin saber muy bien cómo, lo que estoy intentando arreglar y, en resumen, cualquier otra cosa que se os pueda ocurrir...

... Actividades que me valieron, en mi más tierna infancia, el apodo de "manitas de cazo", que yo sufrí con grandes dosis de frustración hasta que comprendí que era el gen T que, por esos caprichos de la genética, suele saltarse una generación, así que compadezco a mis familiares con padres de manos y pies hábiles, porque eso significa que, en algún momento de su vida (si no desde el nacimiento, como en mi caso), el gen se activará y con él su capacidad para ponerse a sí mismos en ridículo, no importa el lugar o el momento (o, en realidad, sí que importa, siempre pasará en el instante en que alguien les esté mirando, para poder dejar luego testimonio en comentarios y chascarrillos, snif).

Al final (o al principio, si eres un poco rápida) aprendes a reírte de ti misma y de tus meteduras de pata y hasta a contarlas con estilo (después de todo, siempre va a haber alguien que lo haga público, mejor que seas tú, hay que aceptar con deportividad las limitaciones de la naturaleza) pero os lo aseguro, ser tan tan tan torpe es un estrés y un sinvivir.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Cómo estrellar tu dron en tres fáciles lecciones

En su última visita, los Reyes Magos trajeron para mí en uno de sus camellos uno de esos extraños artilugios que han dado en llamar "drones", palabreja inglesa para denominar a los zánganos, supongo que por el zumbido con que acompañan sus revoloteos. Vamos, digo yo...

El caso es que mi nuevo juguetillo y yo hemos protagonizado últimamente algunas absurdas aventuras, algo que, en mi caso, tampoco es de extrañar. Cierto que he sido yo la responsable, que el pobre bicho ni piensa ni siente (espero). Y digo que espero, porque de estar dotado de raciocinio habrá concluido que soy mema (y no es que ande muy desencaminado) y de tener la capacidad de sentir le dolerá casi todo, pobre...

Tengo que reconocer que muchas veces tengo una excesiva confianza en mis capacidades, porque cuando escribí la carta a Sus Majestades pidiéndoles el artilugio de marras, tenía en mente algunas escenas del "remake" de "Poltergeist", donde el niño, que se llama Griffin o algo así, maneja su navecilla con la ayuda de un "ipad" como si fuera lo más sencillo del mundo y lo lanza a otra dimensión, a ver si encuentra a su hermanita que anda, la pobre, más despistada que un pulpo en un garaje sin saber muy bien por qué hay tanta porquería en su armario (pues anda, que si viera el mío...).

Yo, la verdad, no contaba con entrar con mi dron en eso que Lukiánenko llama, en su saga de los guardianes, el "crepúsculo", más que nada porque me da mogollón de yuyu, lo que me interesaba era darme unos voltios por ahí y grabar algunas vistas aéreas la mar de monas, como hacen los que salen en los informativos, que suben a las más altas cumbres y proporcionan pruebas gráficas de cómo mamá Águila alimenta a sus polluelos o filman los relieves más abruptos para que luego llegue una impresora en 3D (cacharrillo que tampoco me importaría tener) y nos haga maquetitas bien remonas. Vamos, lo normal...

Pero me pasó como siempre: que la realidad se parece poco o nada a lo que yo, ilusa, creía que podría hacer. Y es que, la primera en la frente, depende de las "prestaciones" de tu dron, puedes volarlo en unos sitios o en otros, en unas alturas vertiginosas o más o menos un poco más arriba de tus rodillas. Así que, antes de nada, te tienes que informar de dónde puedes hacer el panoli con tu aeronave, que viene a ser, maomeno, dentro de tu casa o en un descampado a tropecientos kilómetros de cualquier emplazamiento con visos de estar habitado.

Cierto es que los drones a los que tienen acceso Melchor, Gaspar y Baltasar no suelen estar, por lo general, preparados para volar muy alto ni durante mucho rato, aunque una compañera ya me comentó que unos amigos perdieron el suyo en medio del campo, porque mucho gps y demás, pero ningún avance tecnológico te ayuda cuando el trasto se esmorruña en medio de un trigal.

Después de aprender la altura que no podía superar (ni aunque lo intentara, vamos), el rato que el amigo podía estar en el aire (no más de media hora y eso con un vuelo de poco consumo, vamos, sin vientecillos, cambios bruscos de velocidad y demás zarandajas) y que el pobre no puede, con gran alivio para mí, ser considerado en ningún país democrático un aparato espía, yo pensaba que la cosa sería coser y cantar. Ja...

Porque no sabes la cantidad de energía que necesitas para elevar en el aire una cosa que debe pesar unos diecisiete gramos hasta que abres el mando a distancia y te encuentras con que necesita unas doscientas pilas, además de la batería, claro... Vamos, que tienes que firmar un convenio con Tudor antes de siquiera empezar a pensar en ponerte a jugar. Menudencias, me diréis. Una gaita gallega, digo yo...

Total, que cómprate mil pilas, carga la batería (que tiene su guasa, porque la clavija es de lo más rarito y engancharla al cargador una chufla, que mi primera carga resultó inútil y es que la había enchufado mal, yo soy así de hábil) y luego líate la manta a la cabeza, que la cosa ya no tiene vuelta atrás...

Como si fuera tan fácil. En serio ¿habéis probado a poner en marcha un dron? En la tele aparece la gente, tan tranquila, dándole a los mandos la mar de feliz, pero nunca ves la escena previa, la de sincronizar todas las cosas... Porque yo cogí el juguete, el mando y el manual de instrucciones y me entraron ganas de sentarme a llorar mi torpeza... o buscar las explicaciones en chino, que seguro estaban más claras, que el mando de las narices tiene cincuenta mil palanquitas y botoncitos  y el gráfico explicativo con numeritos y descripciones de las funciones es un horror con acompañamiento de arpa: palanquitas para la altura, la dirección y el gps; botones de arriba y abajo para sincronizar; botones de "on" y "off" para vete tú a saber qué, más el del encendido... en total unos ¡once! números y tú ahí, con cara de mema, mirando el dibujo y el texto y sin saber qué hacer.

Vamos, que no tiras todo al váter entre gruñidos y denuestos porque no te vas a dejar derrotar por una máquina que sabe manejar cualquier friki en las películas y te pones al lío... y entonces empiezan a encenderse luces por todas partes, rojas, verdes y te crees que, mientras estabas despistada con las instrucciones te ha entrado en casa la policía, la benemérita y protección civil y tú no llevas encima el carnet de conducir, pero el manual dice que tienes que mover el mando hasta que suene un pitido y toda esa discoteca se quede fija...

Horas después aquello sigue parpadeando como loco y decides que, casi mejor, como dicen los informáticos, apagas y vuelves a encender, que seguro que algo consigues... De coña, suena el pitido de marras, las luces se quedan fijas y tú te crees que ya está y puedes salir zumbando...

Pues no, el pitidillo, lo que te está diciendo que que dron y mando se han conocido y han decidido colaborar, nada más. Ahora tienes que sincronizar ambos, para poder subir, bajar, girar y bailar sevillanas... todo lo cual requiere apretar diversos botoncillos, mover el trasto, mover el mando y confiar en que, en algún momento, salte la chispa entre los dos y se pongan de acuerdo.

¿Y por qué porras no se acoplan? Pues porque se te olvidó mover la palanquita del gps y la geolocalización está interfiriendo  con el resto. Hala, desactiva el gps, apágalo todo, vuelve a encenderlo, a mover los trastos para que se vuelvan a encontrar, mientras confías en que a nadie en los alrededores se le ocurra cambiar el canal de su tele, no vaya a ser que eso también interfiera y se vaya todo otra vez a la porra. Sintonizado. Ahora a sincronizar la rotación, la altitud y demás. Ahora enciende otra vez el gps, que cuando se te caiga en una charca de poco te va a servir, pero hay que encenderlo...

Y no te lo pierdas, que ahora toca ¡grabar todo eso para que ambas partes se lo aprendan y no te dejen en mal lugar! Pues vale, grabamos. Ahora, en teoría, tu sputnik está listo para la conquista del espacio. Ya sólo tienes que aprender cómo demonios despegar...

... Que según las instrucciones es facilísimo, únicamente tienes que poner las palanquitas "asín" como al bies y hala, como Ícaro huyendo de Creta...

... Exactamente, aquello sale disparado en la dirección que menos te esperas y que no es, por fortuna, tu cara, como te temías, pero sí la pared, donde se estrella y cae, pobrecito, al suelo entre estertores. Ahora entiendes por qué la caja traía cuatro o cinco palas de hélice de repuesto. Pero ni ahí se da por vencido, zumba, con hipos asmáticos y tienes que buscar las instrucciones, que se te han  caído al suelo, del susto, para enterarte de cómo se para, porque a ver quién lo coge con la mano.

Conclusión: la advertencia "volar únicamente en espacios abiertos" que aparece en la caja tiene su fundamento y no son ganas de fastidiar. Te tienes que ir, con todos los artilugios, a un descampado (y volver, al menos, una vez, porque te has dejado las instrucciones, por supuesto).

Todo listo, estás en las Chimbambas, no hay ningún cable a la vista, ni gente, ni casas, sólo tú y tu dron, tu mando, tus instrucciones y tus santas narices, porque has decidido que no paras hasta que lo consigas...

Entonces empieza la segunda tanda de denuestos porque, cuando lo enciendes para salir, por fin, rumbo al infinito y más allá, ¡la nave comercial Nostromo se ha desconfigurado! ¡Sí! ¡Tienes que volver a repetir todos los pasos que te ha llevado siglo y medio dar! Menos mal que tuviste el acierto de llevarte las instrucciones, porque ya ni te acuerdas.

Bien dicen que la experiencia lo es todo, sólo tardas una media hora en llegar a la misma situación que antes, pero ahora, escarmentada, no lo despegas a todo gas, sino despacito, con cuidado, vamos, que si hubieras manejado tú el Apolo XI todavía estaba en Cabo Cañaveral y tú dando pedales...

Y entonces se produce el milagro... ¡el dron vuela! Al menos hacia arriba, que lo de moverlo horizontalmente es harina de otro costal y no sabes cuándo va hacia la derecha y cuándo hacia la izquierda, porque como es cuadrado y con hélices en las esquinas, no sabes cuál es la parte delantera y cuál la trasera y le das para un lado y va para el otro... hacia donde está el árbol, por supuesto y tú ahí, dándole a la palanquita y diciendo "¡aaaaaaaaaaaaah! ¡por ahí noooooooooooo!". Menos mal que sigue sin verte nadie, porque menudo papelón...

Consigues, sin saber muy bien cómo, esquivar el árbol malvado y te quedas ahí, con cara de idiota, intentando sortear ese inoportuno vientecillo que se ha levantado, sí, ese que a veces hace que tu avión se desvíe no sé cuántos kilómetros de tu destino y luego la aproximación al aeropuerto sea una plasta que te pasas, resulta que también se lleva tu juguetuelo donde no quieres y si corriges el rumbo con mucha brusquedad te vas a tomar por saco casi sin darte cuenta...

Sin darte cuenta... eso es, sin darte cuenta... te has quedado sin batería, snif... Y menos mal que te olvidaste de sincronizar el móvil con la cámara, que si no te habrías quedado también sin datos, no hay mal que por bien no venga. Eso sí, te lo has pasado pirata, aunque lo niegues. Ahora toca apagarlo (¿cómo demonios se hacía?), recogerlo todo (¿dónde han ido a parar las instrucciones? ¿Qué es ese papelajo que se lleva el viento? ¡Aaaaaaaaaaaaah!) y emprender el camino de regreso, con un trote cansino, porque estás en el quinto pimiento y con los riñones al jerez de tanto agacharte a recogerlo del suelo.

Vamos, que volar tu dron mola, mola que te pasas y más todavía, pero los prolegómenos... eso sí que es un estrés y un sinvivir.

miércoles, 19 de abril de 2017

Trilogías, tetralogías, doscientoslogías...

Hace mucho tiempo que mi amiga Noemi me pide, insistentemente, que publique un blog sobre libros, que le sirva de pista para elegir nuevas lecturas y donde poder comentar, sugerir títulos y demás... La verdad es que me encantaría tener la constancia para escribir algo así, pero ya sabéis que me despisto con dos de pipas y sería capaz de hacer las entradas con noventa y siete siglos de retraso y entonces para qué, si al final todos leemos, más o menos, los mismos libros...

Sin embargo, no he podido evitar acordarme de ella estos días, aunque sea de refilón porque, otra vez, pese a que siempre digo que no lo volveré a hacer más, me he enganchado a una trilogía literaria. Si es que no tengo fuerza de voluntad, snif...

Tengo que añadir, en mi descargo, que todo se ha debido a una triquiñuela de los editores, que tienen la costumbre de sacar el primero de los libros así, tan mono él, sin decirte que es el primero de una saga de doce mil quinientos... o los que se tercien. Que tú vas un día por ahí, tan tranquila, entras en una librería, echas un vistacillo, un título te llama la atención, ojeas la información que viene en la contraportada o las guardas y que últimamente es, cada vez, más inútil, te decides y te lo llevas.Y es difícil, ya digo, porque antes cogías un libro y en el reverso te hacía un resumen detallado de unas once mil palabras (hay editoriales que mantienen esta magnífica costumbre), que sólo les faltaba terminar con "y el asesino es el chófer", así que te hacías una idea, "maomeno", de lo que podías esperar una vez lo abrieras y no es que evitaras comprar tostones, pero ayudaba.

Pero ahora, cuando intentas saber de qué va la vaina (y es importante porque, aunque seas como yo, una lectora compulsiva e impenitente, puede suceder que no te guste leer bodrios), ¡es imposible! Te pones a mirar por aquí y por allá y donde antes estaba el argumento, ahora aparecen cosas como "¡El mejor libro que leerás este año! y ya te has leído unos cuantos, estás en abril y da penita pensar que, a partir de la semana que viene, sólo vas a poder leer guarrerías, porque ese flamante tomo que tienes en las manos es "lo mejorcito del 2017" o incluso del siglo... Pero coges el libro de al lado, le echas un rápido vistazo ¡y es "el más aterrador que vas a leer este año"! O el más divertido o, directamente, el mejor, de acuerdo con la revista "El lector feliz con gafas" o la "Asociación de libreros de calvo de Arrancacepas (Cuenca)".

Y de ahí no sales, el resto de la contraportada son opiniones de escritores reputados, editores, críticos literarios de periódicos y revistas (algunas de nombres impronunciables), todas ellas tan aclaratorias como "no pude dejarlo hasta que lo acabé, firmado Fredeswinda Gutiérrez, literata" o "la novela negra tiene una nueva maestra", según la afamada revista "Uy, cuánto leo" y cosas parecidas... Pero tú sigues sin saber de qué va el libro y si lo que a lo mejor compras es un tratado sobre fontanería ecológica o una antología poética.

Miras, entonces, en las guardas, a ver si por ahí aparece algo interesante y en una tienes una semblanza del autor, que ahora no va más allá de "Pepito Vázquez (Zaragoza, 1971) ha colaborado con  "cienes y cienes" de revistas y periódicos literarios, trabajo que compagina con su vocación, la flauta travesera. Desde 2015 ha publicado noventa y ocho novelas y tres obras de teatro. En la actualidad reside en Laredo con seis de sus ocho cuñadas". Vamos, nada que te diga qué es lo que, tal vez, leas...

No creas que la otra guarda te va a dar más pistas, o es una relación de obras del autor publicadas por la misma editorial, o de otras obras, también de la misma editorial, que no sabes por qué están ahí y son frases entresacadas de la propia novela que no te aclaran nada, en plan "Eres tú y no tu abuela, Margarita, quien tiene que resolverlo" y tú piensas "jaaarl".

El último recurso es esa maldita banda que llevan ahora todos los libros, que parece que a los editores les queda todavía algo por decir, cuando no han dicho, en realidad, nada. Antes, eran el indicativo de una segunda, tercera o más edición, donde te decía el número de ejemplares vendidos. Ahora es donde lees tu sentencia: "La esperada segunda parte de la trilogía "El dromedario del bosque"". La hemos cagao...

Porque has cogido ese volumen pensando que hace un año leíste otro de ese autor y estaba bien, así que, a lo mejor, éste también lo está y de repente descubres que lo que ya has leído es la primera parte de una trilogía, aunque a ti te pareció una novela independiente pero como, en ese tiempo, te has leído otros tropecientos libros y  a ver quién es la guapa que se acuerda ahora de todos los personajes y demás, que la mitad se te han olvidado...

... Y lo peor de todo, te la compras, te la lees y te tiras un año esperando a que salga otra "esperada", en este caso "tercera parte", para saber en qué porras termina todo y a veces te quedas con las ganas, porque lo que primero tomaste por una historia y ya, luego descubriste que eran tres (o una en tres tomos), termina y todavía hay flecos por aquí y por allá que te inducen a pensar que aquello se va a convertir en una tetralogía, pentalogía o vete tú a saber... Vamos, como si las novelas de Miss Marple constituyeran, en realidad, una veintelogía o los libros de "los Cinco" otro tanto y no pudieras leer "Los Cinco en el Cerro del Contrabandista" sin haberte empapado, previamente, con los anteriores de la colección.

Al final no sabes si cometiste un grandísimo error al dejar pasar un título de Pepe Carvalho, al haberte enganchado a Sue Grafton con "E de elefante" o al haber pensado que este año no tocaba Fred Vargas.

Algo así me sucedió con la trilogía de Dolores Redondo, no supe que lo era hasta que empecé con "Legado en los huesos" (que mola mazo) y mi amigo Javi, que ya lo había leído, me dijo que estaba esperando como loco la tercera parte. Recuerdo que pensé "¿pero cabe algo más?". Y cabía, vaya si cabía... Pero pasó tanto tiempo entre "El guardián invisible" y la "Ofrenda a la tormenta", que hace poco tuve que leerlos todos de nuevo, pero seguidos, porque se me habían olvidado tantos detalles que tenía la sensación de encontrarme ante una historia bastante coja, que luego comprobé que no era verdad...

Mientras, he visto salir las tres novelas en unas fermosísimas cajuelas con el título "Trilogía de Baztán", nombre muy adecuado, por cierto, aunque yo hubiera preferido un sólo libro, de mil páginas, palabrita, lo cual, desde el punto de vista editorial, es poco rentable. Acabáramos.

Rentable, por eso hicieron a Tolkien publicar "El señor de los Anillos" en tres, para ver si la primera parte se vendía y compensaba publicar el resto... Por eso la segunda tiene un nombre tan absurdo como "Las dos torres" y "El retorno del rey", que ya está anunciado en "La comunidad del Anillo", cuando Aragorn dice que irá a Minas Tirith, no sorprende nada de nada...

Pues eso mismo me ha pasado hace unos días cuando, buscando lectura para estas vacaciones, me encontré un libro de Eva García Sáenz de Urturi y yo, despistada, como siempre, hasta que no me puse con él no descubrí que era la segunda parte de una trilogía que se llama "La ciudad blanca", con lo que ahora tengo que ponerme a buscar "El silencio de la ciudad blanca" y volver a leerlo, porque ya no me acuerdo más que del abuelo, las manzanas y el monumento al coño...que no está mal, no me importa releer pero caray, si lo llego a saber me espero otro año y me compro los tres, en cofrecillo conmemorativo y así puedo devorarlos de una tacada.

Pero aún falta el remate: cuando acabas una trilogía y estás, como dice mi amiga Ana, "toa japi", alguien te comenta, como entre susurros.... "pues dicen que hay un cuarto" y te subes por las paredes, pensando lo bien que habría estado que Louis y Lestat hubieran terminado sus correrías en "La reina de los condenados" y ya, ni te cuento si fuiste capaz de empapuzarte bien (reconozco que yo no pude) con tres tomos de "Cincuenta sombras" y te sale, encima con erratas, la historia contadas desde el punto de vista del propio Christian Grey. Que para cuatro basta con Lawrence Durrell, hombre...

En fin, que rabio y pataleo y espero, mientras tanto, con interés, que salga la tercera parte, a ver qué porras pasa con Kraken...

Os lo aseguro, malo es que te dividan las historias en tres, cuatro o cuatrocientas partes y te eternices para saber lo que pasa al final pero lo peor, lo peor es que te los lees y cuando sale el último, te los lees otra vez, mientras el montón de libros que tienes por leer crece y crece, porque tú andas releyendo trilogías y eso ya, que se te acumule el trabajo en la que es tu mayor afición, sí que es un estrés y un sinvivir.

martes, 2 de agosto de 2016

No sin mis pokémon

Resulta que llevaba yo unas semanas viendo por ahí a mucha gente por la calle, móvil en ristre y poniendo caras de emoción y pensaba que estaba siendo testigo de una avalancha de turistas con el gps sintonizado de aquella manera, vamos, que me daban ganas de acercarme y preguntar, con mi mejor acento británico, eso de "excuse me, madam, are you lost?" que me cascó una vez una señora adorable cuando yo hacía lo mismo, pero con un plano de papel doblado en picos absurdos, como si fuera un origami y con ese gesto medio alelado que se me pone a mí cuando no entiendo nada, en medio de un pueblecillo inglés que tenía el improbable nombre de Chorleywood.

Menos mal que no he intentado ofrecer mis fantásticos servicios de guía turístico a todas esas personas a las que yo compadecía, creyéndolos irremisiblemente perdidos, me he ahorrado una buena plancha y os aseguro que eso es de agradecer... De agradecer al hijo de una amiga, que me abrió los ojos (y mucho) al explicarme que no se trata de visitantes perdidos en busca del Museo del Prado... o el del Jamón, que también tiene mucha clientela, sino de ¡cazadores de Pokémon! Menos mal que me dio vergüenza acercarme a alguno, me imagino preguntando a una ancianita de plateados cabellos si se ha perdido y necesita ayuda y que me suelte "¡¡ríndete, Picachu!!" o "no te muevas, que tienes a Charmander saliéndote de la oreja"...

Porque poco más es lo que sé yo de esos seres siniestros... Recuerdo que, hace unos tropecientos años, cuando yo era más joven, pero no tanto como para perseguir bichos pringosos por ahí, dí clases a una niña que solía pasar los fines de semana "jugando ligas pokémon", con gran cabreo por parte de las amigas, que tenían otros intereses más prosaicos, como ir al cine, por ejemplo. Yo pensaba que eso de la liga pokémon era ponerse un disfraz absurdo y echar un partido de fútbol, pero no... había que reunir una baraja de personajes (pagando cada cartita al precio de una carta puebla) en distintas versiones (porque resulta que "evolucionan" y pasan a formas mucho más mortíferas y asquerosas) y ponerlos a pelear contra las barajas de otros niños al grito de "¡sólo puede quedar uno!"... ah, no, que esos eran los inmortales, era al grito de "¡hazte con todos", vamos, que las pagas y otros ahorrillos diversos iban íntegros a comprar sobres, como los de cromos, pero de cartas, o incluso a pagar algunas sueltas. Y venía bien especializarse en un tipo de criaturillas, porque las había de agua, eléctricas y de no sé cuántas cosas más. De hecho, si mi memoria no me falla (que lo hace, sobre todo cuando se trata de cosas tan surrealistas como ésta), había hasta uno que te atacaba con un puerro, sí, con un puerro, lo flipo...

En esas cartitas te contaba el tamaño y peso de tus mascotas, lo que podían hacer y algún datillo más que te permitían deducir cosas como que Picachu, el único que recuerdo de toda la patulea, con sus cincuenta centímetros de longitud y seis kilos de peso estaba, evidentemente, obeso y mal podría mantener un combate. Pero si hacías caso a los dibujos animados, todos tenían que caber en una bolita, del tamaño de una pelota de tenis, poco más o menos, todos ahí apretujados, pobrecicos... De ser de verdad estarían lloviendo denuncias por maltrato animal.

Lo de los dibujos era otra, que había una serie y nunca conseguí ver un capítulo, pero venía con un aura de peligro, porque aseguraban que en Japón se habían dado casos de crisis epilépticas en niños, de tanto destello y tanta porra frita. 

Luego llegaron los videojuegos, en los que había que hacer más o menos lo mismo, guardar bicharracos en tu bolita y luego hacerlos pelear con otros, creo. Y había unos cuantos jueguecillos, que todos tenían los mismos bichos y uno diferente o dos, no muchos más, así para "hacerte con todos" tenías que comprarte cuatro o cinco...

Todo esto ha quedado resuelto con la aplicación de marras para el móvil, ahora te mueves como en un google maps, si es que entendí bien y por ahí encuentras los animalillos, los capturas con tu bolita y eres muy feliz y te sientes muy realizada...

Lo malo es que pueden estar por cualquier parte. A lo mejor andas tú, dedicada a tareas tan nobles como, por ejemplo, cocinar un delicioso besugo y al abrir el horno ¡y te encuentras a Squirtle, corriendo grave riesgo de fallecer asada y con patatitas! O vas al pleno del Ayuntamiento, porque se van a tratar temas de importancia y ahí está Bulbasaur, esa especie de rana con una flor en el culo... Sólo de pensarlo me entran sudores.

Porque tú, indigno mortal que no tienes la aplicación, ¿cómo demonios averiguas si tu centro de trabajo está infestado y necesitas, bien una empresa plaguicida, bien una banda de adolescentes armados con sus smartphones para limpiar el lugar? De hecho, llevamos tiempo en la oficina bromeando con la posible presencia de un fantasma porque las luces gastan algunas bromitas y al final va a ser que tenemos un pokémon eléctrico, que chupa la corriente y por eso se nos apagan los ordenadores... Y la gente llamando al grupo "Hepta"...

El caso es que yo pensaba que sería testigo de cotidianas grescas por la calle entre gente que, frente al mismo bichillo solitario se lanzarían como posesos gritando consignas en japonés...Pero resulta que no, según el hijo de mi amiga no se acaban, si hay uno y trescientos jugadores, todos ellos lo pueden conseguir, basta con que no sean demasiado torpes con la bolita. Pues vaya plan.

¿Y eso de las poképaradas qué porras es? Porque un compañero me dijo que, a trescientos metros de la oficina, había una. ¿Qué se puede hacer en una poképarada? Según me han dicho, conseguir más bolas. Pero ¿no caben todos en una? ¡Qué lío!

Me pregunto cuánto consume la caza indiscriminada del pokémon silvestre. Imagino a todos los padres contratando unos cuantos teras para que los niños estén entretenidos en verano... porque digo yo que ya se habrán "hecho con todos" los que están en lugares cercanos a wifis gratis... como el bar donde desayuno, que ha ido ocupando progresivamente la puerta con carteles informativos: "local climatizado", fue el primero; "free wifi", el segundo. El último, por supuesto, es "local con pokémon". ¿Cuántos habrá? No me atrevo ni a preguntarlo, pero desde hace unas semanas, cuando tomo café, tengo la sensación de que algo se me sube por las piernas. ¡Iiiiiiiih!

Y no me queda la solución de antaño, irme al parque a relajarme porque ¡está lleno de cazadores de pokémon! A mí, que me gusta andar por ahí, rebuscando por si veo alguna plantita mona, incluso escarabajos y esas cosas, que en su entorno no me dan asco... Hasta temo salir con la bici por el campo, no vaya a atropellar a Pidgeot (o cualquier otro).

Pero lo peor de todo es que me conozco y sé que, pese a mi numantina resistencia, como esto dure mucho, lo mismo acabo con la aplicación en mi móvil y haciendo el panoli por la calle y pegándome contra las farolas, snif.

Lo dicho, que se hagan pronto con todos y se pase la euforia del pokémon, porque esto es un estrés y un sinvivir...


viernes, 8 de enero de 2016

Los Reyes Magos se pasan cuatro pueblos...

Después del revuelo que se ha armado con las cabalgatas de Reyes y ver la cara de aquéllos que esperaban juguetes y se encontraron con unos calcetines, no sé yo muy bien si decir algo, no vaya a ser que mañana me llegue una carta de Oriente diciendo algo así como "pues si eres tan lista, al año que viene te ocupas tú de repartir los regalos, so petarda" y eso sí que sería una putada.

... Porque claro, los que trabajamos como mulas podemos caer en la tentación de pensar que tiene que estar guay ser Rey Mago y currar una sola noche al año y poder dedicar los restantes 364 ó 365 días a mirar las estrellas, a ver si aparece alguna que merezca ser seguida... No sé lo que cobran Sus Majestades, pero seguro que está bien pagado, de lo contrario no llevarían más de dos mil años haciéndolo sin quejarse a su sindicato. ¿Se regirán por el convenio único? Algún año he intentado quedarme despierta para preguntárselo, pero no lo consigo...

Lo primero que he pensado es que, si buena parte de la tarea la desempeñan los pajes (recoger las cartas, guiar los camellos y muchas veces, subir los regalos, porque yo nunca he visto a los Reyes en casa, aunque una vez creí divisar la capa de Melchor por el pasillo - y era azul -, pero sí he visto a uno de los pajes en mi ventana, el año que me trajeron el disco de "Pinocho") ¿no sería ya el momento de reconocer que están desempeñando funciones de superior categoría profesional? ¿Podrían negarse a hacerlo en algún momento, alegando que es contrario a convenio?

Y es que estaréis de acuerdo conmigo, por muy Magos que sean Melchor, Gaspar y Baltasar a su edad, entre las barbas, las coronas-turbante, las túnicas y la capa, trepar por uno de esos edificios de veinte pisos de la calle de la Princesa, por ejemplo, tiene que resultar difícil. Espero que su manual de prevención de riesgos laborales les explique convenientemente cómo trepar doscientos metros por una escalera, con unas faldas largas y un saco con cuarenta regalos en la chepa sin sufrir luxaciones, contracturas y otras enfermedades que seguro les han hecho merecedores de un plus de peligrosidad.

En fin, que preveo una demanda a magistratura por parte de los pajes reclamando les sea reconocida una nueva categoría y los pobres Reyes sufriendo, en silencio, ante tamaña injusticia, snif.

Pero bueno, sean los pajes o los Reyes quienes pasen por vuestras casas ¿a que no tenéis el detalle de dejar siquiera la ventana abierta? Que si hace frío, que si son magos. ¿Os imagináis que un vecino avisara a la policía al ver a tres viejecillos abriendo una ventana y pasan la noche en comisaría? Porque a saber, con el follón que hay en Oriente Medio, qué nacionalidad tienen ahora mismo. ¡Hasta que se deshiciera el entuerto todos los niños esperando! Menudo plan. Además de todo lo que ya he dicho, tienen que añadir el sigilo, técnicas de camuflaje y algunas artes poco recomendables para entrar en casa ajena. Y nosotros ¿qué hacemos para ayudarles? ¡Dejarles una bandeja de polvorones! ¿Para qué, para que les entre sed y así beberse la leche? ¿Y si alguno es alérgico a la lactosa? Recuerdo que nosotros dejábamos unas copitas de vino dulce, seguro que les apetece más. Pero ¿qué les pasaría, en este caso, a partir de la cuarta o quinta casa? ¿Continuar el reparto medio txuzos? Ahí sí que correrían grave riesgo de caerse por la escalera...

Y otra, las zanahorias de los camellos. ¿De dónde hemos sacado que los camellos comen zanahorias? Supongo que, si tienen hambre, se comerán cualquier cosa, pero no me imagino yo a los beduinos del desierto alimentando sus rebaños con zanahorias... ¡Menuda pasta!

Total, que no sólo es peligroso, corren el riesgo de sufrir una demanda por parte de sus pajes y pueden acabar borrachos, con un shock anafiláctico y con diabetes, encima tienen que volver a casa con doscientas toneladas de zanahorias, así que ni siquiera les queda el consuelo de un retorno sin partirse el espinazo con el peso de los sacos. Vamos, que no me cambiaba yo por ellos, aunque sólo trabajen una noche...

... Que también está por ver, porque ¿cuánto lleva el viaje con toda la impedimenta? Que si los camellos se sientan, hartos ya de andar cargados de regalos; los pajes, de vez en cuando forman corros para discutir su situación. Seguro que más de una vez, a lo largo del camino, alguno se ha acercado a decir "vale, Gaspar, pero que sepas que esto no se encuentra entre mis funciones" o "que no, Melchor, que no subo a esa palmera para ir ensayando, que el que tiene que entrenar y rebajar esos kilos de más eres tú" y otras lindezas parecidas, que seguro llenan de congoja sus ancianos corazones. Yo calculo que un par de meses recorriendo medio mundo a dos por hora no se los quita nadie.

Y ¿qué me decís del tostón de las cartas? Porque yo me imagino tener que leer millones de misivas de niños que aseguran que ese año han sido muy buenos y me parto de risa... ¿Tendrán jeta? Y que se encuentren, de repente, con que se les ha olvidado el regalo de Pepita al lado de un pozo en Arabia o que no cogieron todos los libros que pedía Luisita y hay que volver y tener que cruzar otra vez yo qué sé cuántas fronteras. Los regalos ¿tendrán que declararlos en cada aduana todas las veces? Pooooooobres.

Además, una vez que llegan a destino no pueden hacer como todos los mortales cuando tenemos que viajar por trabajo: llegar al hotel, quitarnos los zapatos y tumbarnos en la cama un ratito, qué va, a ellos les toca subirse a una carroza y tirarse no sé cuántas horas ahí, de pie, con el peligro que tiene eso, tirando caramelos y poniendo buena cara, cuando seguro que les están matando los pies y les duelen las lumbares y ni se han podido lavar las manos y las tienen llenas de lana de camello, como mínimo. Y saludando, sin perder la sonrisa, para luego llegar a una tarima donde tooooodo el mundo podrá ver si llevan un lamparón en la túnica, que no han podido ni cambiarse de ropa, a saludar al alcalde de turno y soltar un espich que no sea "ay, mi ciática, estoy harto de leche y polvorones, sois unos gamberros y pretendéis que nos creamos que habéis sido buenos todo el año, avisad al portero y que nos dejen subir en ascensor, podió", nooooo, qué vaaaaaaaaaaa, tienen que decir "sabemos que sois buenísimos, comeos rápido la cena, dejad los zapatos preparados y a la cama enseguida". Vamos, que de ser yo Baltasar, me bajaba de la tarima y me iba a cenar por ahí y luego a dormir yo, pues no faltaba más.

Pues no, entonces toca empezar el reparto. ¿Cómo harán para no confundir los paquetes de uno con los de otro? Porque yo me imagino que alguien, por error, recibiera las estupideces que suelo pedirles yo a los Reyes y me encantaría verle la cara que se le iba a poner... la misma que yo, si al abrir uno de mis paquetes, me encuentro, por ejemplo, una tostadora.

Y luego, a hacer mutis por el foro, que nadie se molesta en esperarles, a primera hora de la mañana, con un café y unas porras, por ejemplo, para darles las gracias y desearles buen viaje de vuelta. Unos desagradecidos, eso es lo que somos.

Vamos, que tras mucho pensarlo, he decidido que no quiero hacerme Reina Maga, aunque sólo curre una noche al año. Además de agotador y estresante, de tener que aguantar un montón de sinsabores y de trolas, luego ni agradecido ni pagado. Lo dicho, el trabajo de Rey Mago, aunque no lo parezca y venga lleno de lucecitas, purpurina y espumillón, es un estrés y un sinvivir.



viernes, 18 de diciembre de 2015

Catálogo de chorradas

Llevo mucho tiempo anunciando a quien lo quiera oír que me persiguen las chorradas y mi gran amiga Belén dice que no es exactamente eso sino que, más bien, las chorradas están ahí, todas ellas, tan monas y yo lo que tengo es un ojo especial para detectarlas. Viniendo de Belén, me tomo el comentario como un elogio (ejem).

Lo bueno es que ahora, gracias al móvil, puedo aportar pruebas, muuuuuuuuucchas pruebas. Le copié la idea a Javier, un compañero del curro, que tenía, en aquel entonces, fijación por los adornos de los salpicaderos de los coches. Ignoro si su obsesión empezó en un intento inútil de averiguar cuántas variantes circulaban por España del famoso muñequito Elvis bailón que todo el mundo tenía menos yo (más que nada porque yo, por aquel entonces, no tenía coche. Podía haber llevado uno en el bolso y no desentonaría, en realidad, entre las mil estupideces que ya llevo, pero nunca se me ocurrió... menos mal, que cualquier día se me abre en público y bastante hago ya el ridículo con el monigote de Peppa Pig). Bueno, como siempre, estoy divagando, no tengo remedio, snif.

Creo que la primera tontuna consciente y que los modernos me excomulguen si así lo desean, que registré, fue un inmenso culo negro, con patas largas, que adorna una especie de plazoletilla en Oviedo, bajo el título, menos mal que nos lo explican, que no nos habíamos dado cuenta, "Culis monumentalis". Y conste que no digo que no sea arte, que lo es, que no mole, porque es un pasote, pero... ¡pedazo chorrada en medio de la calle!

Después de aquel maravilloso inicio asturiano, ya nada me contuvo, al contrario, encontré insospechados apoyos en mi causa de registrar toda aquella estupidez que pasa ante mis ojos en gente como mi hermano, considerado en todas partes hombre serio y asentado, cuando me mostró una foto del rótulo de una frutería que se llamaba "Manolo y Angelines", como nuestros tíos, lo que me hizo revolcarme de risa en un restaurante en medio de una comida familiar. Menos mal que los míos ya están acostumbrados a mis extravagancias. Si no ¿por qué iba mi amiga Gloria a enseñarme unas plazas de aparcamiento oblongas que había fotografiado desde la ventana del hotel en un viaje a la India y que resultaron ser para elefantes? ¿Y mi hermana y su paso por la famosa "Estación patatera" de Ochagavía? No tengo secretos para nadie, más snif.

Y eso que, muchas veces, no llego a registrar cosas realmente chocantes, porque estimo en más mi integridad que el testimonio documental. Por ejemplo ¿qué cara imagináis que se me puso cuando, en la sala de espera del aeropuerto de Riga, me veo de pronto rodeada de un grupo de unos treinta japoneses que se sientan en las sillas y empiezan, todos al unísono, a comer plátanos? Las leyes sobre el respeto a la intimidad me impedían fotografiar aquello y la posibilidad de que fueran expertos en artes marciales escacharrarme viva ahí en medio... Lo único que pude hacer fue contar mi experiencia por whatsapp a mis amigos Belén e Ignacio que, santos ellos, me dieron palique digital el tiempo suficiente para que se me pasara el ataque.

Porque os tengo que avisar, se pasa muy mal cuando tienes que contenerte la risa durante mucho tiempo, como aquella vez que, mientras esperaba para hacer unas fotocopias, la chica que estaba delante de mí le dio al dependiente para fotocopiar ¡un paño de ganchillo! Yo, al menos, estaba detrás de ella, así que me podía partir sin hacer ruido y no me veía, pero el pobre chico de las fotocopias estaba rojo no, lo siguiente.

En fin, que es más seguro para la integridad personal dedicarse a los objetos, que no se mosquean ni nada... Como el ya célebre cartel del "martillo rompecristales, romper el cristal para acceder al martillo", del que os hablé en otra ocasión o aquella vez que encontré un rótulo que me indicaba el precio de unos "sándwiches vegetales de pollo y atún" (¿mandeeeeeeeeeee?).

También ayuda mucho lo de estar en otro país, porque si te ven con el móvil en alto y cara de cachondeo haciendo fotos por doquier ya saben que, como guiri, se puede esperar de ti cualquier cosa. Así conseguí registrar, sin riesgo de recibir un escobazo, un cartel de una caja de ahorros en Luxemburgo ("Spuerkeess"), el de una droguería en Riga ("Drogas"), unos grandes almacenes en Atenas ("Fokas") y estupideces por el estilo. Pero España da para mucho, palabrita. Si no me creéis, visitad Pastrana, veréis cómo el mejor sitio para aparcar es la "Plaza del Moco".

Otro lugar, fuente inagotable de chorradas, son las puertas de los lavabos públicos. Quizá porque el único sitio en el que todos entendemos el contexto en que se realizan es el centro de exámenes del carnet de conducir, pero el resto... Todavía recuerdo uno de mis primeros días en la universidad, cuando estaba en el baño, sujetando la puerta con una mano y esas cosas, porque no cerraba bien y mis ojos se topan con un llamativo "Polisario vencerá" y debajo la contestación, con otra letra y color "¿a quién?" Qué penita que en aquellos tiempos no tuviera yo a mano una cámara (requetesnif).

Y no sigo, porque podría estar siglo y medio contando paridas, tantas que ahora tengo un catálogo de chorradas, que alimento con asiduidad, porque ya os digo que me persiguen... y se ha hecho tan célebre que los colegas me mandan las suyas para que las incluya, como Javier, que me mandó el rótulo de un salón de belleza y peluquería llamado "XiXi" o Jose, que descubrió la famosa tienda "Mi pollazo".

Total, que llevo una temporada intentando poner en orden mi catálogo y no hay manera. Día tras día encuentro cosas nuevas que añadir, los colegas me remiten otras y ya puesta, hago lo posible por colgarlas en el facebook, a ver si alguna consigue millón y medio de "me gustas" y se convierte en "trending topic" o como se llame, que no sé lo que es ni me importa y las fotos siguen llegando, por el móvil, por las redes sociales, por correo electrónico, me las suben a la nube... ¿cuántas son ya? ¿Cientos? ¿Miles? No lo sé, pero lo que tengo muy claro es que lo que comenzó como un inocente pasatiempo se convertirá pronto en un estrés y un sinvivir.

domingo, 12 de abril de 2015

Músicos callejeros

Desde que tengo uso de razón, si es que alguna vez la tuve - quizá sería mejor utilizar la frase inglesa, "as long as I remember" - he oído que llevamos una vida tan acelerada que pasamos por el mundo como zombies, trastabillando, con cara de lelos, la cabeza medio torcida y sin prestar atención más que a las fuentes potenciales de sesos  frescos, vamos, los que nos rodean, para lanzarnos sobre ellas y pegarles un bocao en el cogote mientras emitimos sonidos guturales tipo "uuuuurg"... Total, que eso que llamamos "la sociedad moderna", que aparentemente no tiene nada ni de moderna ni de sociedad, nos convierte en ciegos y sordos a todos los detalles bonitos de la vida... Y la verdad es que me parto de risa, porque me gustaría a mí saber cuánto tiempo tenían mis abuelos, que se desriñonaban desde que amanecía hasta que se hacía de noche para ganar cuatro cuartos y cuando llegaba la noche estaban tan mataos que no eran capaces de hacer nada más que derrumbarse en un sillón y desde ahí arrastrarse penosamente hasta la cama, para volver a empezar al día siguiente una ronda de lo mismo. Sí, esos tiempos más naturales y humanos en los que te recomendaban hacerte pis en las manos para curarte una herida, por ejemplo.
En fin, seguro que a todos os ha llegado el correo electrónico ese que cuenta que un virtuoso violinista estuvo tocando una hora en el metro de no sé qué enorme ciudad (sería Nueva York, digo yo) y no se paró a escucharle ni el Tato, solamente un niño pequeño cuya madre le tiraba de la mano porque tenía prisa... Triste, no lo niego, snif. Pero creo que un poquito injusto, caray.
Lo que pasa es que yo, cuando voy en metro, corriendo para no perder las conexiones y llegar a tiempo al curro, no me encuentro con genios de ningún instrumento, palabrita. Todo lo contrario, menudas melopeas me toca tragarme, de verdad que entran ganas de correr más deprisa todavía... en dirección contraria. Hay un señor que toca el acordeón y no mal, que conste, le da a la estación un cierto aire parisino, que no deja de tener su gracia, pero en los últimos cuatro o cinco años no le he oído cambiar de repertorio. A lo mejor tiene su público, gente que anda por ahí a las seis de la mañana y al contrario que yo, no tiene que coger un autobús y si se para a escuchar lo pierde y el siguiente pasa media hora después. A lo mejor esos fieles entregados siguen pidiendo, insistentes, el mismo bis, aburridísimo. Pero ya se sabe que para gustos se hicieron colores, incluso para escuchar tostones.
Y también hay un matrimonio de jubilados, él con el violín y ella pasándole las páginas de las partituras... No he llegado a saber lo que toca, porque se toman su tiempo para prepararlo todo, al fin y al cabo ellos no tienen prisa, pero yo sí. Me gustaría pararme un día para enterarme, pero claro, pedirme un día en el trabajo y levantarme a las seis de la mañana para ir al metro a escuchar a un violinista, seguro que es de una calidad humana inenarrable, no lo niego, pero como no soy yo tan buena... A las horas que vuelvo, que ya no tengo que correr, ya no están... ¿Me estaré perdiendo al nuevo Paganini? Lo ignoro, más snif.
También está el chico que toca los bombos. Menudo marchón, palabra, es genial, cuando voy bajando mil quinientos millones de tramos de escalera en uno de esos trasbordos de las líneas antiguas le oigo desde arriba y debe ser familia del percusionista de Hamelin, porque los pies me empiezan a dar saltitos ellos solos y parece como si estuviera sufriendo alguna crisis epiléptica... Pero cuando llego y le veo la cara tengo la sensación de que le da exactamente igual si alguien le escucha o no, está ensimismado en sus tambores, pasándoselo pipa. Bravo por él, porque no creo que saque mucho.
¿Y qué me decís de la señora que canta? Lleva su caja de ritmos y un micrófono y no es por nada, pero ella misma debe ser consciente de lo mal que lo hace, porque tiene un cartelito donde pone algo así como "no te rías por lo mal que lo hago, que lo mismo te ves tú en esta misma situación"... Lo cual me hace pensar mucho, me imagino que yo me viera obligada a hacer algo que se me da como el culo para ganarme la vida y caray, me entran sudores. Porque hay tantos terrenos en los que carezco de aptitudes que me costaría trabajo elegir uno. Podría intentar cantar fatal, aporrear lamentablemente un instrumento, bailar como si tuviera pulgas recorriéndome una pierna o quizá cosas todavía más espantosas... Al final me entra tanta pena que acabo dándole una moneda...
Me recuerda a otro violinista, éste con aspecto de ruso, que un día me sorprendió con Cavalleria rusticana. Se lo dije, para que viera que sus notas no caían en saco roto. Pero ya no volvió. Yo creo que se pensó que al día siguiente le diría "y qué mal tocas, jodío". Como el que estaba una vez en el Retiro y llevaba grabado el cuarto de Tchaikovsky y resulta que él iba tan despacio que su interpretación se convirtió en un batiburrillo inenarrable.
Hay ahora mismo tantos músicos en paro que hasta forman orquestas callejeras... En Sol habréis visto algunas, pero no sé si pasa lo mismo que con el señor del acordeón, porque siempresiempresiempre les oigo interpretar los mismos temas, el canon de Pachelbel (¿se escribe así?) o la Eine kleine nacht musik (que tampoco sé si se escribe así) de Mozart. ¿Será porque paso siempre a la misma hora? ¿Será porque soy tan lela - todo es posible - que sólo sé reconocer esos dos temas y a lo mejor su repertorio es de quinientas o seiscientas sinfonías? Pero todas estas orquestas debieron estudiar en un único conservatorio, porque tengo la sensación de que hacen exactamente lo mismo. No está mal, pero aburre un poco. Ya sé que me diréis que hay gente que acude todos los años al mismo concierto, el Mesias de Haendel por Navidad o el Requiem  de Mozart, pero eso es una vez al año, no todos los días de los últimos diez años.
Un extraño rayo de luz lo pone un contrabajista italiano guapísimo, al que pesqué el otro día interpretando la sintonía de Juego de tronos. Y me acordé de los versos de don Mendo: Y era la trova tan linda/ y tan lindo el trovador/ que doña Sancha rindióse/ con el do re mi fa sol... porque me quedé a aplaudirle, le pedí permiso para hacerle una foto y me fui tan contenta que cogí la conexión al revés y llegué tarde a mi cita... Prueba de que no puedo pararme a hacer fiestas a los músicos callejeros porque luego a ver cómo se lo cuento al jefe... Sí, llego tarde porque un italiano macizorro estaba interpretando al contrabajo "juego de tronos". En serio ¿vosotros lo contaríais? ¿A que no?
En fin, que al final me queda la duda de si yo me hubiera parado a escuchar a Paganini en el metro de Nueva York. ¿Eso me convierte en un monstruo? Pues tendré que asumirlo. Porque palabra, no hay entre la gente que se busca la vida en la calle colectivo al que valore más que a los músicos, pero entre lo mal que lo hacen algunos, lo que se repiten otros, la prisa que sólo el que es millonario (y ese no va en metro ni por la calle paseando) o lo suficientemente joven para disponer de tiempo propio no tienen, que para una vez que me entretuve casi la lío y que a ver quién tiene cuartos para echar un cable a todos, a veces pienso que tendría que salir a la calle con las manos en las orejas, no vaya a ser que esté escuchando alguna genialidad y cometiendo la herejía de no detenerme y contribuir económicamente a ello.
Y qué queréis que os diga, además de incomodísimo, eso sería un estrés y un sinvivir.